miércoles, 23 de diciembre de 2020

Ebenezer Scrooge y la vocación personal

 


Por MSc. Manuel Chaves Quirós 
Especialista en desarrollo personal y profesional
Orientador vocacional

Desde hace semanas vengo dándole vuelta a cómo poder cerrar el año en el blog. La verdad he de reconocer que no ha sido una empresa fácil pero de alguna u otra manera llegan las ideas y, cómo esta vez, de la manera más inverosímil que uno espera: horneando un queque navideño.

Resulta que, mientras estaba haciendo el queque navideño de la receta que mi madre me heredó y después de haber observado algunas versiones de “Cuento de navidad” de Charles Dickens (la última “El hombre que inventó la navidad” sobre una teoría de cómo llegó a escribir esta extraordinaria obra literaria) se me ocurrió analizar qué relación tiene esta historia con el desarrollo vocacional. He de reconocer que la obra de este escritor inglés me cautiva y no sé cuántas veces pude haber observado las versiones cinematográficas de sus obras y leído cuanto escrito he podido encontrar acerca de su vida. Parece una locura, pero sí que podemos encontrar enseñanzas reales para ayudar a nuestros chicas y chicos en su desarrollo de carrera.

El desarrollo vocacional es desarrollo integral. La elección de una profesión o una ocupación es el resultado de un proceso que iniciamos desde el momento en que somos concebidos. Allí confluyen una serie de procesos en donde recibimos una herencia genética tanto de nuestro padre como de nuestra madre que nos acompañará toda la vida. A partir del momento en que entramos en contacto con nuestro mundo, toda esa herencia genética  se ve estimulada por todas las experiencias a las cuales nos vemos expuestos. Sin embargo, acá resulta importante entender que entre mejor sean esas experiencias, ojalá cargadas de una adecuada estimulación desde nuestros primeros años de infancia, así mejorará el desarrollo de nuestra vocación. En el cuento de Dickens, el niño Scrooge aparece como un niño solo, internado en una escuela en donde era muy probable que la educación fuese muy prusiana y totalmente alejada de lo que concebimos hoy como una educación integral. A ´pesar de ello, ciertamente había una actividad que potenciaba, aún en esas circunstancias, algo positivo: la lectura. Así, entrar en contacto con cuentos como “Alí babá y los 40 ladrones” fue una “buena forma” para tratar de llenar la soledad y el abandono en que su padre le tenía. Por supuesto que ello jamás sustituiría el daño de sentirse tan solo (y poco estimulado diría yo) por parte de su progenitor que hasta limitaba el contacto con su querida hermana. Ebenizer, al igual que ha sucedido con muchas personas, ven estimulados algunos procesos de aprendizaje formal pero no así de algo por lo que se siempre debe ir acompañada la educación académica: convertirnos en personas en el amplio sentido de la palabra.

Primera edición de "Cuento de Navidad"

Desde muy niño, Scrooge  se adentró en el mundo del trabajo de su época (¡y vaya que desde muy temprano!). Pero de una forma inadecuada y hasta inimaginable en nuestros días.  De hecho, tanto “Cuento de Navidad” como “Oliver Twist” representan también una denuncia de la verdadera explotación infantil que existía en el siglo XVIII en Inglaterra la cual marcaba una vida de muy limitadas oportunidades para niños, niñas y jóvenes. En una entrevista realizada a la curadora del museo Dickens en Londres, Louisa Price, cuenta que el autor estaba realmente furioso por esta situación que él mismo vivió en su infancia de tal manera que iba a escribir un panfleto denunciándola, sin embargo, rectificó y le escribió a un amigo diciéndole que, en lugar del panfleto, escribiría “algo en navidad que tendría 20 veces más fuerza”.  Créanme, soy partidario que desde muy jóvenes las personas deberíamos de tener alguna experiencia de trabajar “en algo” para que podamos darnos cuenta de qué es trabajar, cuán importante es esto para las personas y cómo a través del trabajo nos podemos sentir útiles y productivas, pero de una forma que sirva para aprender, desarrollar el valor del trabajo y fortalecer nuestro propio proceso vocacional . De hecho, algunas de las principales tareas de desarrollo que deben cumplir niños y niñas entre los 11 y 14 años aproximadamente son la adquisición de conocimientos en cuanto a ese mundo del trabajo adulto y cuán significante y necesario resulta ser a las personas cuando les sobrevenga entrar en esa etapa de su desarrollo vocacional. Sin embargo, la forma en que el personaje de Dickens se adentra en ese mundo no era la más adecuada y en casi nada se tenían en cuenta ni sus intereses, habilidades y menos el qué hacer con su vida. Esto es uno de los aspectos principales que recalcan la necesaria participación e incorporación de las familias y las escuelas en los procesos de desarrollo de carrera en los niños y las niñas en donde es preciso lograr un adecuado equilibrio entre lo netamente académico con aquellos aspectos referentes al autoconocimiento, la estimulación temprana y el conocimiento de un mundo del trabajo que pueda ser visualizado como una verdadera oportunidad en consonancia con un proyecto vital que nos permita alcanzar objetivos que vayan más allá de una mera susbsistencia o una acumulación de riqueza material. Esta es una enseñanza fundamental en la obra de Dickens.

Descubrir nuestras fortalezas. Si bien es cierto que como persona Scrooge dejaba mucho que desear, él tenía conciencia de su gran habilidad como comerciante y financiero. A pesar de todo, el viejo y desalmado personaje pudo forjar su propio negocio y eso fue posible gracias a que tuvo un interés particular y muy válido de no querer ser pobre y pasar necesidades (¿quién no pregunto yo?) y que con el paso del tiempo, debido a su temprana entrada al mundo laboral, convirtió en su principal habilidad. Scrooge terminó desarrollando un genuino interés por los números dentro del área comercial y financiera que al final convirtió en una notable habilidad. Allí centró su vocación y su actividad laboral lo que nos refleja que no todo resultó mal en su propia historia. A pesar del desequilibrio que él mismo impuso a su propia vida centrando todo su mundo en su trabajo (de echo era un adicto al mismo) le permitió posteriormente tener los recursos y medios suficientes para ayudar a los demás. Es muy común escuchar un reclamo casi generalizado de mucha gente quejándose de “los ricos” y puede ser muy válido en una sociedad en donde hay una acumulación de la riqueza en manos de muy pocos, sin embargo, también es preciso poner en la justa balanza a muchas personas que, salvo contadas excepciones, han salido de muy abajo y han logrado desarrollar habilidades que, se acepte o no, movilizan la economía y brindan servicios que disfrutamos millones de personas. Lo otro es cuestionar la falta de equilibrio en lo vital y si centrarse en solo hacer dinero y tener posesiones es el ideal de una buena vida. Hace un año analizaba esto con mis estudiantes de último año de primaria y llegamos concluir que, a pesar de los “defectos de Scrooge”, era loable reconocer que sus habilidades como trabajador y luego como empresario eran muy buenas y que no hay nada de malo en querer prosperar siempre y cuando lo hiciésemos con honestidad, esfuerzo y ética.

Siempre debemos acompañar nuestros talentos con algo esencial: valores.

Nunca obviar nuestras debilidades o limitaciones. Aquí entramos en uno de los aspectos y críticas más concretas en el cuento. Si bien es cierto él era muy consciente de sus habilidades para los negocios, también lo era el hecho de que desconocía u obviaba sus propias limitaciones. Conocerse a sí mismos es la clave que necesitamos las personas para aspirar a tener una mejor vida. Gracias a ese proceso de autoconocimiento podemos entrar en contacto con aquellas cosas que nos gustan de nosotros pero que, inevitablemente, nos deben de llevar también a reconocer todos aquellos aspectos de nuestra personalidad y de nuestra propia historia que, a pesar de obviar y de querer mantener escondidas, necesitamos reconocer para aceptarlas en primera instancia y luego tratar de ver cómo las modificamos para mejorar. Los fantasmas de las navidades pasadas y presentes asumen esa tarea de introspección con el viejo avaro el cual termina viéndose reflejado a sí mismo y en la impotencia de no poder cambiar las cosas que había hecho antes. Las personas debemos vernos a nosotras mismas como si fuéramos una empresa. Cuando estas organizaciones quieren mejorar para hacerse más productivas y brindar mejores servicios hacen un “ejercicio de introspección” mediante técnicas como el análisis FODA. En este ejercicio intentan reconocer los aspectos internos y externos que marcan su quehacer y, hasta su razón de ser, de una forma abierta, sincera y valiente para poder generar con ello un plan estratégico que la proyecte en el futuro. Pues bien, de la misma manera, las personas debemos de tratar de reconocer abierta y transparentemente que tenemos habilidades pero que lo mismo contamos con limitaciones que, si no las llegamos a identificar y aceptar pueden impedir nuestro desarrollo pleno. Incluso existen algunas técnicas similares que las personas podemos implementar para hacer algo muy parecido y que, espero, en posteriores artículos poder compartir. Tal es el caso de cómo hacer un “Plan estratégico personal”, un FODA personal y una interesante técnica que se llama “La Rueda de la vida”.

La rueda de la vida es una técnica de autoexploración para evaluar diferentes aspectos de nuestra vida.

Scrooge se dio cuenta, de forma muy dura, de que parte del desajuste en su vida se debía a su poca consciencia tanto de sus limitaciones como de sus debilidades. Conocernos y aceptarnos es un requisito indispensable para mejorar y esto es preciso enseñarlo desde la infancia.

Las familias deben ayudar a fortalecer la vocación de sus hijos e hijas pero nunca imponérselas. El desarrollo vocacional, o desarrollo de carrera, es un proceso que, como ya se dijo, se produce durante toda la vida. En este intervienen tanto aspectos internos como externos que nos hacen posible ir adquiriendo lo que se conoce como “madurez vocacional” que es, ni más ni menos, el cumplimiento que vaya haciendo la persona de las tareas de desarrollo y de sus consecuentes conductas vocacionales en las diferentes etapas de la vida por las que pasamos todos y todas. Es así como, por ejemplo, un niño de entre los 5 y 7 años necesita “fantasear” con ocupaciones que le llaman la atención y jugar a que hace el trabajo propio de las mismas o, bien, una chica de entre 11 y 14 años, ya en otra de las etapas, requerirá ver gente trabajando para que poco a poco adquiera una consciencia más real de lo que implica trabajar y cuán significativo es esto para cualquiera. De hecho, en esta etapa resulta fundamental los mensajes que transmiten las personas adultas acerca de su propia experiencia laboral.

Como se puede observar, el desarrollo vocacional es un proceso de autodescubrimiento, de autocrecimiento y de conocimiento de muchos factores externos que toman significado en cada quién de una forma particular según la propia fenomenología. El desarrollo vocacional que determina tanto la elección de una ocupación como el desenvolvimiento en el mundo del trabajo es un proceso personal.

No lo sabemos a ciencia cierta, pero parece que Scrooge nunca tuvo la oportunidad de elegir lo que quería llegar a ser. Su padre, una persona cruel e impositiva, siempre eligió por él desde dejarlo en un internado hasta enviarlo a trabajar como aprendiz. Al final, al joven Scrooge no le quedó otro remedio que aceptar, sin reclamo alguno, la voluntad de su figura paterna con las consecuencias posteriores para ese desarrollo integral que obtuvo hasta el final de sus días y a pesar de la gran habilidad y conocimiento que adquirió como prestamista y comerciante. Él nunca tuvo la oportunidad de tomar una decisión por sí mismo cuando era niño y, posteriormente en su adolescencia, lo cual es esencial para entrenar la importante habilidad de tomar decisiones (y de equivocarse por sí mismo). Esto es algo importante para entender que no siempre se elige bien y que podemos fallar (mas nunca fracasar) y que ello es necesario para crecer y para autoafirmar nuestra personalidad.

Las familias deben de comprender que su papel fundamental en este aspecto es facilitar todas las experiencias posibles para que, entre otras cosas, sus hijos e hijas desde la infancia tengan la posibilidad de desarrollar diversos intereses y habilidades, en clara consonancia con las instituciones educativas, de manera que puedan ir percibiendo qué cosas les generan atracción, curiosidad y pasión. Además de esto, deben de ser muy cuidadosas en los mensajes que transmiten acerca del mundo del trabajo y del trabajo en sí ya que esto determinará cuales valores asociará con las ocupaciones y lo que puedan llegar a hacer a través de ellas.

La escogencia de su propia carrera no solamente marcará un medio de subsistencia sino cómo se situarán en el mundo y con el mundo.

Scrooge claramente “eligió” un medio de subsistencia pero que, al mismo tiempo, convirtió en su propio carcelero. A través de su trabajo y de su autocomplaciente “éxito” no solo se aisló del mundo sino que luchaba contra este, deviniendo en una calidad de vida realmente paupérrima que dudo mucho imaginemos para nuestros hijos, hijas y estudiantes.

Hay vida(y mucha!) mas allá del trabajo. Si algo le pudo quedar claro a Scrooge después de la visita de los fantasmas en Nochebuena fue el desperdicio de oportunidades y experiencias que le ayudaran a ser feliz. Puede ser que esta conducta fuese algo aprendido, al fin y al cabo su padre, en su rechazo e imposición, le inculcó que solo era útil para trabajar y que esa era la mejor forma de “ser de provecho”. Sin embargo, a lo largo de su toma de consciencia, y mientras cada fantasma le mostraba su propio despilfarro de tiempo y de oportunidades, se empezó a dar cuenta que la felicidad no es algo que se compra en un mostrador. Sonja Lyubomisrsky, autora de “La ciencia de la felicidad”, nos señala esto con claridad cuando plantea su círculo de la felicidad (algo así como un gráfico de pastel) en donde muestra que un 50% de la felicidad depende de la herencia genética que heredamos de nuestros padres y madres al ser concebidos, un 10% apenas está determinado por nuestro pasado y nuestras posesiones y un 40% de nuestra capacidad (y oportunidad) de ser felices depende de lo que conscientemente hagamos día con día. Curiosamente esto fue lo que aprendió Scrooge a lo largo del proceso de autoconocimiento en el que fue llevado por los fantasmas de las navidades al darse cuenta de lo que había desperdiciado en el pasado (la posibilidad de tener una familia, compartir tan poco con su querida hermana y su sobrino, el dolor de ser rechazado por su propio padre, el poco valor que dio al buen modelo que pudo ser en su vida el “viejo Fezziwig”, entre otras cosas).

Procurar una vida más integral nos hace hasta más productivos.

En este momento en que nos encontramos, problematizado por la pandemia que nos ha tocado experimentar, resulta fundamental implementar 3 cosas en la formación de nuestros niños, niñas y jóvenes (y en nosotros adultos también): desarrollar nuestra capacidad de empatía, reconocer que el desarrollo vocacional va mucho más allá de la escogencia de una profesión u ocupación sino que es un proceso de aprendizaje para la vida y aprender a disfrutar de cada momento de nuestra vida. 

Siempre es posible mejorar y nunca es tarde para hacerlo. Emulando a los fantasmas de Dickens, las familias y las personas que nos dedicamos a la educación en sus diferentes especialidades debemos ser facilitadores del desarrollo integral de nuestros chicos y chicas de tal manera que podamos ayudarles a descubrir su propio proceso, a discutirse y cuestionarse, a conocerse, a hacerse, a construirse y, muy importante, a entrar en contacto con algo que no podemos obviar o pasar por alto: los más nobles valores que, como el polvo de hornear que permite que crezcan los queques navideños que estoy haciendo, les permitan alcanzar un crecimiento personal integral bueno para sí mismos pero también positivo para las demás personas. Al fin y al cabo, somos parte de la humanidad y co-responsables de que esta sea mejor, en el lugar donde estemos, en los roles que nos toque estar, en el trabajo que elijamos, tratando de alcanzar siempre el mayor equilibrio posible en todas las facetas de nuestra vida. Un ideal que vale la pena.

Los fantasmas de Scrooge, más que enseñarle, le ayudaron a darse cuenta por sí mismo del desajuste que había heredado de sus propias decisiones pero también le mostraron que aun así podía mejorar. La vida siempre nos da esa oportunidad, tal cual es el justo balance en una simple receta, cuyos ingredientes deben estar en la justa medida, así en nuestra vida cada uno de nuestros roles, sueños, esfuerzos y demás deben estar en la consonancia precisa que nos permita nuestro principal objetivo: ser personas felices.

Un dato muy interesante: las enseñanzas de la vida de Ebenezer Scrooge son propias de la vida de Dickens. Tanto “Cuento de Navidad” como “Oliver Twist”, y “David Copperfield”, son consideradas obras autobiográficas donde el autor nos demuestra que podemos perfectamente convertir nuestras limitaciones en fortalezas si así nos lo proponemos y que nunca somos un “producto terminado”…Al final, como bien termina la historia de Scrooge, “se convirtió en el mejor amigo, el mejor jefe y el mejor  hombre que la ciudad hubiese conocido…”

Feliz navidad y que el año nuevo sea próspero en todos los sentidos…

 








martes, 1 de diciembre de 2020

¿Cómo entender a nuestros adolescentes de entre los 10 y 15 años? (y no morir en el intento 👀)

 


Por Manuel Chaves Quirós
Máster en Desarrollo Personal y Profesional
Orientador vocacional

¿Quién de nosotros como padres, madres o profesionales de la educación no se ha topado en algún momento con alguna dificultad derivada de algún “comportamiento inadecuado o impulsivo” de un hijo, hija o estudiante adolescente? (las comillas son muy a propósito).

Hace pocos días atrás, tuvimos una experiencia de esta clase en donde nos vimos involucrados todas las personas que vivimos en nuestra casa y aumentada, por supuesto, en el confinamiento obligado por esta pandemia.

Nuestro hijo de 15 años, en un arrebato propio del poco dominio que un chico de su edad tiene de sus impulsos, contestó de manera grosera a su mamá en el momento en que ella le preguntaba si iba a cenar mientras él, sumido totalmente en un juego-reunión con sus amigos, quería quedarse encerrado en su cuarto. Por otra parte, nuestro hijo de 22 años, al escuchar la forma en que su hermano respondía de mala manera a su mamá, entró al cuarto de aquel para increparlo y yo, que me encontraba en la habitación de al lado, tuve que ir a mediar para que la escena no pasara a más…Lo mejor de todo es que, previo a este episodio, lo que reinaba en la casa era una tarde muy tranquila y normal!

¿Cuántas veces a alguno o alguna de ustedes les ha tocado lidiar con algo similar o, al menos parecido?...

A raíz de esto, quise ponerme a revisar unos artículos que había guardado desde hace algunas semanas y los puse en una fila de lecturas que tenía pendientes (por demás, los desempolvé en el mejor momento posible).

"hay dos momentos clave para apoyar la estimulación del cerebro: el primero de ellos va de los 0 a los 3 años y, el segundo, de los 10 a los 15 años"

La convivencia con hijos o hijas adolescentes no es algo que sea fácil, aún con el amor, cariño, afecto e incondicionalidad que les tenemos. Por esta razón, resulta sumamente importante comprender sus formas y sus conductas, qué implica esta etapa de transición por la que pasan y, más importante aún, cómo es que funcionan sus cerebros para saber qué se puede esperar de ellos o ellas sin caer en expectativas que no podemos esperar hasta los últimos años de esta etapa de desarrollo.

Se han realizado muchos intentos por definir y establecer lo que es la adolescencia pero, a criterio de algunos autores y autoras que han investigado sobre este tema, la diversidad de teorías, enfoques y disciplinas que la han intentado caracterizar no son coherentes entre sí y muy heterogéneas. Así que, si de por si convivir con personas adolescentes no es fácil, nos la ponen aún más difícil todas las teorías que buscan darnos una luz y ayudarnos un poco en nuestros roles como padres, madres, educadores y hasta empleadores. El embrollo viene desde la confusión que ya ha existido acerca de cómo llamar a esta etapa en donde nos podemos encontrar conceptos como pubertad, juventud, etapa adolescente, adulto joven… No deseo ahondar en esto porque el objetivo del artículo no es este, pero resulta interesante que nos podamos dar cuenta la dificultad que ha habido tanto para establecerla como para comprenderla.

Lo primero que debemos tener bien claro es donde se ubica esta importante etapa de desarrollo de la que estamos hablando. Según la Organización Mundial de la Salud(OMS) la adolescencia se ubica entre los 10 y los 19 años, incluso hay autores que la elevan hasta los 21 y 25 años pero, desde mi punto de vista, estos últimos se refieren más al concepto de juventud. Es en ese lapso donde entran en juego una serie de condicionantes cerebrales que poco conocemos y que es preciso determinar si no queremos “morir en el intento” de saber cómo convivir con estos chicos y chicas.

Teniendo esto más claro, quisiera referirme al período de edad de entre los 10 y los 15 años ya que, además de ser un período de inicio de esta etapa de la vida, posee una importante particularidad e implicación en cuanto al desarrollo de la vocación en las personas: incluye tanto la finalización de las etapa de desarrollo vocacional de” Crecimiento” como el inicio de la etapa de “Exploración”, las cuales son previas a decisiones fundamentales en cuanto a la carrera que escogemos para el futuro ingreso al mundo laboral.

Si bien es cierto que este artículo va enfocado a conocer y sensibilizarnos con nuestros adolescentes, resulta importante darnos cuenta que esto también tiene implicaciones en cuanto a su vocación ya que una adolescencia integralmente gestionada y fuertemente estimulada devendrá en un mejor desarrollo de la persona.

Es muy común que cuanto estamos con chicos y chicas de esta edad seamos muy dadas las personas adultas en “etiquetar” sus conductas: “soberbio, inmadura, impulsivo, retadora, tercos, egoístas, irresponsables, etc”. Sin embargo, hacer eso resulta incorrecto ya que debemos de entender que, detrás del aspecto de duros o independientes, hay personas que viven un proceso de maduración que no les resulta nada fácil, de ahí que se diga que durante la adolescencia se vive un “tsunami emocional y hormonal”. Cuando llegamos a entender esto estamos en una mejor posición de comprender y actuar mucho mejor con ellos y ellas.

El proceso de desarrollo de su cerebro es lo que explica el por qué de esas actitudes y esto es preciso que lo podamos entender.

El cerebro, aún en la adolescencia, está en un proceso de desarrollo que lo somete a cambios profundos que marcarán su vida como persona adulta. Se dice que hay dos momentos clave para apoyar la estimulación del cerebro: el primero de ellos va de los 0 a los 3 años y, el segundo, de los 10 a los 15 años.

La corteza pre-frontal del cerebro, encargada de la gestión y regulación de todo lo que acontece en el encéfalo, a esa edad es aún inmadura nos señala el psicólogo español Rafa Guerrero. Esta es la razón principal del por qué son aún personas tan impulsivas, temperamentales y con una limitada regulación de sus emociones. Hay una descoordinación entre la zona emocional del cerebro y la zona pensante y ejecutiva. Es algo así, nos señala, como una carretera que aún no está terminada para que la cantidad de automóviles que pasan por allí lo hagan sin ninguna dificultad.

Algo muy interesante que nos señalan los estudios del desarrollo del cerebro en la adolescencia y que explica muy bien sus comportamientos es el hecho de que en este momento de la vida el mismo tiene una necesidad enorme de dopamina “de ahí que busquen emociones intensas y refuerzos inmediatos que, a veces, pueden dar lugar a pequeños o grandes sustos (accidentes menores en bicicleta o patineta, discusiones acaloradas con padres o madres y hasta embarazos no deseados)”. La estructura de su cerebro aún está en construcción de ahí que asumir el control, la tranquilidad, el orden y el equilibrio son cosas que se les dificultan, no porque no quieran hacerlo, sino porque todavía no tienen la capacidad de generar esas respuestas en su día a día. Esperar este tipo de conductas equilibradas en adolescentes es una expectativa irreal.

Sus conductas están determinadas por los diferentes espacios en que se encuentren y la estimulación que tengan en esos momentos, de ahí que constataremos una forma de ser cuando están solos, cuando están con su familia y, muy particularmente, cuando están con sus amigos (grupo de pares) en donde perfectamente podremos observar una mayor desinhibición.

En la etapa de la adolescencia el cerebro está “actualizándose”, se van gestando simbiosis neuronales que “construyen” la autopista que lo haga funcionar mejor y, por ende, se va aumentando su tamaño para que esa persona en la etapa adulta pueda mejorar aspectos como la concentración, inhibición de impulsos, toma de decisiones y autorregulación emocional, entre otros.

En conclusión, nos dice Rafael Guerrero, “la conectividad entre las diferentes partes cerebrales se fortalece y mejora después de la adolescencia, lo que nos deja un cerebro más equilibrado, sano y preparado para el mundo adulto”.

Pero, ahora bien, y qué podemos hacer para ayudarles?. Acá algunas ideas a nuestro alcance:

·    Paciencia: el cerebro tarda en alcanzar la madurez en torno a 25 años. Las mujeres son, en promedio, más maduras cerebralmente, que los varones. Tengamos altas dosis de paciencia para no cometer el error de poner “etiquetas” que terminarán dañando la autoestima.

·       Asumir el duelo de la pérdida de la niñez: esto es algo que ellos mismos, sin darse cuenta, viven generalmente de forma silenciosa y que, como personas adultas, debemos comprender y sobre todo aceptar. Nunca será conveniente que los sigamos tratando como los niños y niñas que ya han dejado de ser.

·    La Segunda oportunidad: ya se señaló antes que el período entre los 10 y los 15 años es de crecimiento y transformación por lo cual hay que aprovecharlo y fortalecerlo tanto como aquel en donde nos desvivíamos por hacer todo lo mejor posible cuando estuvieron en sus tres primeros años de vida.

·   Estar bien atentos a los referentes que ellos y ellas tienen: intentar conocer con quienes se identifican, qué valores empiezan a abrazar, retroalimentar sin intentar desvalorizar o imponer nuestras propias creencias.

·   Descanso, alimentación y ejercicio: sin duda estos son aspectos a nivel físico que resultan imprescindibles para tener un cerebro lo más sano posible. Dormir bien y suficientes horas, alimentarse de manera equilibrada y hacer ejercicio diariamente.

·     Ejercer de corteza prefrontal: está ultima recomendación que nos señala Guerrero resulta bien importante y probablemente es la que nos genere más desgaste ya que los  adolescentes y las adolescentes que nos rodean tienen su corteza prefrontal “en construcción”. Así, será preciso acompañarles y ejercer de su timón en estos años de cambio. La vinculación comprometida, informada y consciente, especialmente de las familias, en conjunto con las educativas, es fundamental para contribuir en ese crecimiento y en el desarrollo integral que se deriva de todas las acciones que llevemos a cabo para tal fin. 

Por otra parte, tomando en consideración algunos “tips” que nos ofrece la especialista en educación emocional y comunicación Sonia López Iglesias, se pueden establecer las siguientes recomendaciones: 

·    Confiemos en ellos y ellas, aprendamos a dejar la distancia necesaria para que puedan crecer libres, para que tomen decisiones de forma autónoma, que “dibujen su propio camino” y, muy importante, saber identificar ciertas circunstancias en donde los podamos dejarlos equivocarse y aprender del error. Algo de lo que nunca me canso de señalar a padres y madres es que nos demos cuenta que nuestros chicos y chicas no son un “producto terminado”, ni siquiera nosotros mismos. 

·   Consensuemos normas, flexibilicemos límites y establezcamos consecuencias cuando no se cumplan. Acá nos señala algo de lo más difícil pero a la vez necesario de hacer: encontrar un equilibrio entre el vínculo afectivo y las reglas que en ocasiones nos separan.

·   Regalemos miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan, espacios que acerquen sin juzgar. Recordémosles a diario lo mucho que les queremos y valoramos sus esfuerzos. Comprendamos sin justificar, no magnifiquemos o empeoremos los conflictos. Acá se nos plantea cuán importante es el acercamiento emocional y la necesaria incondicionalidad que debemos expresarles para hacerles saber que siempre podrán contar con nuestro apoyo y amor.

·       Seamos el mejor de los ejemplos a la hora de gestionar los conflictos, que ellos y ellas observen a personas que son capaces de controlar sus emociones negativas (ira, enojo, frustración). Nada mejor que el ejemplo para enseñar.

·     Interesémonos por aquello que les gusta o les preocupa. Esto no sólo nos ayudará a acercarnos sino que, además, tiene el valor agregado de que podamos retroalimentar el desarrollo de su propia vocación en una etapa donde empezarán a relacionar conocimiento de sí mismos con sus intereses y las habilidades que ya vienen desarrollando desde la infancia.

·  Respetemos la intimidad que necesitan y sus ritmos vitales.  Ayudémosles a asumir sus responsabilidades sin expectativas impuestas por lo que haríamos nosotros en su lugar.

·  Aceptemos que las pantallas son el cordón umbilical de sus relaciones. Esta es una recomendación que me llamó poderosamente la atención ya que su generación en este sentido es muy diferente a la nuestra. En esta pandemia esto ha quedado latente y, más bien, en muchos casos nuestros hijos e hijas adolescentes han sido nuestros principales aliados para aprender a usar estos canales de comunicación del siglo XXI, lo cual no significa que no negociemos y establezcamos límites de conexión ni intentemos conocer los contenidos que consumen.

·     No infravaloremos sus emociones, preguntémosles qué es lo que les preocupa, ayudémosles a encontrar respuestas a sus inquietudes o miedos. Enseñémosles a gestionar los riesgos, los cambios de ánimo, el aburrimiento, la incertidumbre y hasta la melancolía.

·      Démosles protagonismo dentro de la familia, valoremos sus opiniones e inquietudes. Busquemos actividades que fortalezcan nuestras interrelaciones y nos permitan aprovechar esos momentos, algunas veces escasos, en donde las “estrellas se alinean” y parece que nos entendemos de maravilla.

·    Acompañemos con toneladas de paciencia, serenidad y empatía. Basta con que recordemos y tratemos de visualizarnos cuando nosotros mismos pasamos por esta etapa de la vida.

Todos los días son una oportunidad para crecer, para aprender, para hacer mejor las cosas con nuestros hijos e hijas adolescentes. Tal cual reza la canción “El camino” de Aleks Sintek: “El camino no se acaba…continuaré sin descanso”.


Construir nuestra propia felicidad

  Una noche reciente de sábado me encontré leyendo un interesante ensayo desarrollado por la autora argentina Ana María Llamazares, quien ha...