martes, 1 de diciembre de 2020

¿Cómo entender a nuestros adolescentes de entre los 10 y 15 años? (y no morir en el intento 👀)

 


Por Manuel Chaves Quirós
Máster en Desarrollo Personal y Profesional
Orientador vocacional

¿Quién de nosotros como padres, madres o profesionales de la educación no se ha topado en algún momento con alguna dificultad derivada de algún “comportamiento inadecuado o impulsivo” de un hijo, hija o estudiante adolescente? (las comillas son muy a propósito).

Hace pocos días atrás, tuvimos una experiencia de esta clase en donde nos vimos involucrados todas las personas que vivimos en nuestra casa y aumentada, por supuesto, en el confinamiento obligado por esta pandemia.

Nuestro hijo de 15 años, en un arrebato propio del poco dominio que un chico de su edad tiene de sus impulsos, contestó de manera grosera a su mamá en el momento en que ella le preguntaba si iba a cenar mientras él, sumido totalmente en un juego-reunión con sus amigos, quería quedarse encerrado en su cuarto. Por otra parte, nuestro hijo de 22 años, al escuchar la forma en que su hermano respondía de mala manera a su mamá, entró al cuarto de aquel para increparlo y yo, que me encontraba en la habitación de al lado, tuve que ir a mediar para que la escena no pasara a más…Lo mejor de todo es que, previo a este episodio, lo que reinaba en la casa era una tarde muy tranquila y normal!

¿Cuántas veces a alguno o alguna de ustedes les ha tocado lidiar con algo similar o, al menos parecido?...

A raíz de esto, quise ponerme a revisar unos artículos que había guardado desde hace algunas semanas y los puse en una fila de lecturas que tenía pendientes (por demás, los desempolvé en el mejor momento posible).

"hay dos momentos clave para apoyar la estimulación del cerebro: el primero de ellos va de los 0 a los 3 años y, el segundo, de los 10 a los 15 años"

La convivencia con hijos o hijas adolescentes no es algo que sea fácil, aún con el amor, cariño, afecto e incondicionalidad que les tenemos. Por esta razón, resulta sumamente importante comprender sus formas y sus conductas, qué implica esta etapa de transición por la que pasan y, más importante aún, cómo es que funcionan sus cerebros para saber qué se puede esperar de ellos o ellas sin caer en expectativas que no podemos esperar hasta los últimos años de esta etapa de desarrollo.

Se han realizado muchos intentos por definir y establecer lo que es la adolescencia pero, a criterio de algunos autores y autoras que han investigado sobre este tema, la diversidad de teorías, enfoques y disciplinas que la han intentado caracterizar no son coherentes entre sí y muy heterogéneas. Así que, si de por si convivir con personas adolescentes no es fácil, nos la ponen aún más difícil todas las teorías que buscan darnos una luz y ayudarnos un poco en nuestros roles como padres, madres, educadores y hasta empleadores. El embrollo viene desde la confusión que ya ha existido acerca de cómo llamar a esta etapa en donde nos podemos encontrar conceptos como pubertad, juventud, etapa adolescente, adulto joven… No deseo ahondar en esto porque el objetivo del artículo no es este, pero resulta interesante que nos podamos dar cuenta la dificultad que ha habido tanto para establecerla como para comprenderla.

Lo primero que debemos tener bien claro es donde se ubica esta importante etapa de desarrollo de la que estamos hablando. Según la Organización Mundial de la Salud(OMS) la adolescencia se ubica entre los 10 y los 19 años, incluso hay autores que la elevan hasta los 21 y 25 años pero, desde mi punto de vista, estos últimos se refieren más al concepto de juventud. Es en ese lapso donde entran en juego una serie de condicionantes cerebrales que poco conocemos y que es preciso determinar si no queremos “morir en el intento” de saber cómo convivir con estos chicos y chicas.

Teniendo esto más claro, quisiera referirme al período de edad de entre los 10 y los 15 años ya que, además de ser un período de inicio de esta etapa de la vida, posee una importante particularidad e implicación en cuanto al desarrollo de la vocación en las personas: incluye tanto la finalización de las etapa de desarrollo vocacional de” Crecimiento” como el inicio de la etapa de “Exploración”, las cuales son previas a decisiones fundamentales en cuanto a la carrera que escogemos para el futuro ingreso al mundo laboral.

Si bien es cierto que este artículo va enfocado a conocer y sensibilizarnos con nuestros adolescentes, resulta importante darnos cuenta que esto también tiene implicaciones en cuanto a su vocación ya que una adolescencia integralmente gestionada y fuertemente estimulada devendrá en un mejor desarrollo de la persona.

Es muy común que cuanto estamos con chicos y chicas de esta edad seamos muy dadas las personas adultas en “etiquetar” sus conductas: “soberbio, inmadura, impulsivo, retadora, tercos, egoístas, irresponsables, etc”. Sin embargo, hacer eso resulta incorrecto ya que debemos de entender que, detrás del aspecto de duros o independientes, hay personas que viven un proceso de maduración que no les resulta nada fácil, de ahí que se diga que durante la adolescencia se vive un “tsunami emocional y hormonal”. Cuando llegamos a entender esto estamos en una mejor posición de comprender y actuar mucho mejor con ellos y ellas.

El proceso de desarrollo de su cerebro es lo que explica el por qué de esas actitudes y esto es preciso que lo podamos entender.

El cerebro, aún en la adolescencia, está en un proceso de desarrollo que lo somete a cambios profundos que marcarán su vida como persona adulta. Se dice que hay dos momentos clave para apoyar la estimulación del cerebro: el primero de ellos va de los 0 a los 3 años y, el segundo, de los 10 a los 15 años.

La corteza pre-frontal del cerebro, encargada de la gestión y regulación de todo lo que acontece en el encéfalo, a esa edad es aún inmadura nos señala el psicólogo español Rafa Guerrero. Esta es la razón principal del por qué son aún personas tan impulsivas, temperamentales y con una limitada regulación de sus emociones. Hay una descoordinación entre la zona emocional del cerebro y la zona pensante y ejecutiva. Es algo así, nos señala, como una carretera que aún no está terminada para que la cantidad de automóviles que pasan por allí lo hagan sin ninguna dificultad.

Algo muy interesante que nos señalan los estudios del desarrollo del cerebro en la adolescencia y que explica muy bien sus comportamientos es el hecho de que en este momento de la vida el mismo tiene una necesidad enorme de dopamina “de ahí que busquen emociones intensas y refuerzos inmediatos que, a veces, pueden dar lugar a pequeños o grandes sustos (accidentes menores en bicicleta o patineta, discusiones acaloradas con padres o madres y hasta embarazos no deseados)”. La estructura de su cerebro aún está en construcción de ahí que asumir el control, la tranquilidad, el orden y el equilibrio son cosas que se les dificultan, no porque no quieran hacerlo, sino porque todavía no tienen la capacidad de generar esas respuestas en su día a día. Esperar este tipo de conductas equilibradas en adolescentes es una expectativa irreal.

Sus conductas están determinadas por los diferentes espacios en que se encuentren y la estimulación que tengan en esos momentos, de ahí que constataremos una forma de ser cuando están solos, cuando están con su familia y, muy particularmente, cuando están con sus amigos (grupo de pares) en donde perfectamente podremos observar una mayor desinhibición.

En la etapa de la adolescencia el cerebro está “actualizándose”, se van gestando simbiosis neuronales que “construyen” la autopista que lo haga funcionar mejor y, por ende, se va aumentando su tamaño para que esa persona en la etapa adulta pueda mejorar aspectos como la concentración, inhibición de impulsos, toma de decisiones y autorregulación emocional, entre otros.

En conclusión, nos dice Rafael Guerrero, “la conectividad entre las diferentes partes cerebrales se fortalece y mejora después de la adolescencia, lo que nos deja un cerebro más equilibrado, sano y preparado para el mundo adulto”.

Pero, ahora bien, y qué podemos hacer para ayudarles?. Acá algunas ideas a nuestro alcance:

·    Paciencia: el cerebro tarda en alcanzar la madurez en torno a 25 años. Las mujeres son, en promedio, más maduras cerebralmente, que los varones. Tengamos altas dosis de paciencia para no cometer el error de poner “etiquetas” que terminarán dañando la autoestima.

·       Asumir el duelo de la pérdida de la niñez: esto es algo que ellos mismos, sin darse cuenta, viven generalmente de forma silenciosa y que, como personas adultas, debemos comprender y sobre todo aceptar. Nunca será conveniente que los sigamos tratando como los niños y niñas que ya han dejado de ser.

·    La Segunda oportunidad: ya se señaló antes que el período entre los 10 y los 15 años es de crecimiento y transformación por lo cual hay que aprovecharlo y fortalecerlo tanto como aquel en donde nos desvivíamos por hacer todo lo mejor posible cuando estuvieron en sus tres primeros años de vida.

·   Estar bien atentos a los referentes que ellos y ellas tienen: intentar conocer con quienes se identifican, qué valores empiezan a abrazar, retroalimentar sin intentar desvalorizar o imponer nuestras propias creencias.

·   Descanso, alimentación y ejercicio: sin duda estos son aspectos a nivel físico que resultan imprescindibles para tener un cerebro lo más sano posible. Dormir bien y suficientes horas, alimentarse de manera equilibrada y hacer ejercicio diariamente.

·     Ejercer de corteza prefrontal: está ultima recomendación que nos señala Guerrero resulta bien importante y probablemente es la que nos genere más desgaste ya que los  adolescentes y las adolescentes que nos rodean tienen su corteza prefrontal “en construcción”. Así, será preciso acompañarles y ejercer de su timón en estos años de cambio. La vinculación comprometida, informada y consciente, especialmente de las familias, en conjunto con las educativas, es fundamental para contribuir en ese crecimiento y en el desarrollo integral que se deriva de todas las acciones que llevemos a cabo para tal fin. 

Por otra parte, tomando en consideración algunos “tips” que nos ofrece la especialista en educación emocional y comunicación Sonia López Iglesias, se pueden establecer las siguientes recomendaciones: 

·    Confiemos en ellos y ellas, aprendamos a dejar la distancia necesaria para que puedan crecer libres, para que tomen decisiones de forma autónoma, que “dibujen su propio camino” y, muy importante, saber identificar ciertas circunstancias en donde los podamos dejarlos equivocarse y aprender del error. Algo de lo que nunca me canso de señalar a padres y madres es que nos demos cuenta que nuestros chicos y chicas no son un “producto terminado”, ni siquiera nosotros mismos. 

·   Consensuemos normas, flexibilicemos límites y establezcamos consecuencias cuando no se cumplan. Acá nos señala algo de lo más difícil pero a la vez necesario de hacer: encontrar un equilibrio entre el vínculo afectivo y las reglas que en ocasiones nos separan.

·   Regalemos miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan, espacios que acerquen sin juzgar. Recordémosles a diario lo mucho que les queremos y valoramos sus esfuerzos. Comprendamos sin justificar, no magnifiquemos o empeoremos los conflictos. Acá se nos plantea cuán importante es el acercamiento emocional y la necesaria incondicionalidad que debemos expresarles para hacerles saber que siempre podrán contar con nuestro apoyo y amor.

·       Seamos el mejor de los ejemplos a la hora de gestionar los conflictos, que ellos y ellas observen a personas que son capaces de controlar sus emociones negativas (ira, enojo, frustración). Nada mejor que el ejemplo para enseñar.

·     Interesémonos por aquello que les gusta o les preocupa. Esto no sólo nos ayudará a acercarnos sino que, además, tiene el valor agregado de que podamos retroalimentar el desarrollo de su propia vocación en una etapa donde empezarán a relacionar conocimiento de sí mismos con sus intereses y las habilidades que ya vienen desarrollando desde la infancia.

·  Respetemos la intimidad que necesitan y sus ritmos vitales.  Ayudémosles a asumir sus responsabilidades sin expectativas impuestas por lo que haríamos nosotros en su lugar.

·  Aceptemos que las pantallas son el cordón umbilical de sus relaciones. Esta es una recomendación que me llamó poderosamente la atención ya que su generación en este sentido es muy diferente a la nuestra. En esta pandemia esto ha quedado latente y, más bien, en muchos casos nuestros hijos e hijas adolescentes han sido nuestros principales aliados para aprender a usar estos canales de comunicación del siglo XXI, lo cual no significa que no negociemos y establezcamos límites de conexión ni intentemos conocer los contenidos que consumen.

·     No infravaloremos sus emociones, preguntémosles qué es lo que les preocupa, ayudémosles a encontrar respuestas a sus inquietudes o miedos. Enseñémosles a gestionar los riesgos, los cambios de ánimo, el aburrimiento, la incertidumbre y hasta la melancolía.

·      Démosles protagonismo dentro de la familia, valoremos sus opiniones e inquietudes. Busquemos actividades que fortalezcan nuestras interrelaciones y nos permitan aprovechar esos momentos, algunas veces escasos, en donde las “estrellas se alinean” y parece que nos entendemos de maravilla.

·    Acompañemos con toneladas de paciencia, serenidad y empatía. Basta con que recordemos y tratemos de visualizarnos cuando nosotros mismos pasamos por esta etapa de la vida.

Todos los días son una oportunidad para crecer, para aprender, para hacer mejor las cosas con nuestros hijos e hijas adolescentes. Tal cual reza la canción “El camino” de Aleks Sintek: “El camino no se acaba…continuaré sin descanso”.


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