miércoles, 26 de mayo de 2021

El "ikigai" y nuestra vocación

 


Por Manuel Chaves Quirós
Máster en desarrollo personal y profesional-Orientador vocacional

El “Ikigai” es un interesante concepto sobre filosofía de vida que forma parte inherente de la cultura japonesa y que observando lo que plantea posee muchos elementos que, desde mi punto de vista,  se  relacionan intrínsecamente  con el desarrollo vocacional o la vocación personal.

Ikigai es una palabra japonesa que se compone de dos vocablos: iki que se refiere a “vida” y kai  “la realización de lo que uno espera y desea”.

Los investigadores españoles Héctor García y Francesc Miralles decidieron investigar hace algunos años sobre este concepto en la ciudad de Okinawa, Japón. Lo hicieron allí ya que es en esa isla donde, curiosamente, se concentra la mayor cantidad de personas centenarias del país nipón, catalogado por la OMS con la media de personas más longevas del mundo con un promedio de edad de 83,7 años.

Lo particular de ese ejercicio fue que cada vez que preguntaron “¿por qué la gente tenía tantas ganas de vivir?” la respuesta siempre fue: por el Ikigai.

De acuerdo con la cultura milenaria japonesa, todas las personas tenemos un ikigai, una razón de vivir o de ser, una razón para levantarnos por la mañana. Es decir, es el sentido de nuestra existencia en nuestro día a día.

Básicamente el concepto intenta que las personas identifiquen 3 cosas:

·       En que soy bueno (qué cosas se hacer bien, en que tengo habilidades).

·    Qué de esas cosas me generan placer (lo que sería equivalente a que me generen pasión).

·       Qué puedo aportar al mundo con ello.

Si bien es cierto la idea, entre otras cosas, tiene que ver con el descubrimiento de la vocación más intrínseca que llevamos dentro de nosotros mismos, también lo es el hecho de que invita a superar el propio individualismo para pensarse desde una perspectiva de “ciudadanía global”, de una persona que de una u otra forma, en la búsqueda de su autodesarrollo, descubre como puede aportar a la sociedad (y hasta cambiarla diría yo).

Uno de los preceptos fundamentales de las teorías que sustentan lo que conocemos como desarrollo vocacional es precisamente que el desarrollo debe medirse con base en la plenitud que va alcanzando la persona en un proceso que pasa por varias etapas de la vida y que no solo prepara para el mundo del trabajo sino principalmente para la búsqueda de un desarrollo integral pleno en todas las áreas posibles.

Si una persona encuentra aquello que le da vida y razón a su diario vivir va a encontrar la satisfacción plena de su rol en la vida ya que le permitirá hacer aquello que quiere y puede hacer bien, lo cual está completamente asociado a su vocación.

Cuando escogemos una profesión u ocupación donde dedicarnos estamos expresando una parte importante de nuestra identidad, de ahí que esa decisión no debe ser algo que se pueda tomar a la ligera y mucho menos pensar que se decidirá después de los 17 años casi por arte de magia. Es aquí en donde entra en juego la importancia fundamental de apoyar este proceso desde las edades más tempranas de nuestra vida.

En el concepto de Ikigai lo que más nos gusta hacer, aquello que nos resulta placentero y lúdico, lo generamos, en primera instancia, en nuestra infancia.

Durante ese importante periodo de la vida las personas experimentamos un desarrollo en todos los sentidos: neurológico, social, físico el cual, marcado por las experiencias que vamos experimentando, nos ayuda en la construcción de una personalidad única. De esta manera, uno niño o una niña que recibe cuidado, protección y estimulación irá cimentando un desarrollo pleno de sí. Es en los años de la infancia donde las personas experimentamos deseos de explorar y de aprender que, apropiadamente estimulados, les ayudarán a ir descubriendo poco a poco intereses y desarrollando diversas habilidades.

El desarrollo vocacional en la infancia marca una especie de “hoja de ruta” para aquello que decidiremos hacer en el futuro. Las tareas de desarrollo que las personas debemos de cumplir entre los 4 y 14 años de edad, aproximadamente, son parámetros que irán marcando el camino para cumplir con las subsecuentes tareas de las etapas posteriores de ese desarrollo durante la adolescencia y la vida adulta.


Así las cosas, esas tareas que deben estimular la presencia de conductas vocacionales en los niños y las niñas son las siguientes:

·       Tener inclinación hacia objetos o actividades específicas de su gusto.

·        Elegir actividades en función de lo que le agrada.

·     Realizar actividades extracurriculares que le gustan y algunas labores con relación a ocupaciones.

·        Identificar la capacidad que posee de manipular objetos o hacer diversas actividades.

·        Identificar la capacidad que posee de manipular objetos o hacer diversas actividades.

·        Encontrar salidas socialmente aceptables a sus deseos de producir, de hacer, de crear.

·    Tener conciencia de la importancia que poseen sus capacidades en el desarrollo de carrera.

·     Tener aspiraciones y gustos por actividades que tienen implicaciones en su desarrollo profesional.

·       Tener conciencia de la relación entre el presente y su futuro.

·       Comprender el significado y el valor del trabajo.

·       Obtener información y mostrar curiosidad acerca de las oportunidades educativas.

·   Obtener información y mostrar curiosidad sobre distintas ocupaciones y el mundo laboral.

·       Tener un sentido más realista acerca de las oportunidades que le ofrece el medio.

·  Adjudicar valores al mundo del trabajo mediante el conocimiento que tiene de las ocupaciones.

Es importante recordar que todas estas tareas de desarrollo están agrupadas en 4 indicadores: Intereses, Habilidades, Conocimiento de oportunidades y Formulación de metas.

Como se puede observar, todas estas tareas de desarrollo (de las cuales emergen más de 50 conductas necesarias para alcanzar la madurez vocacional) buscan que las personas en nuestra infancia tengamos aprendizajes para la vida y el trabajo desde vivencias muy lúdicas, que nos generen satisfacción, que nos permitan autodesarrollarnos y alcanzar a la vez nuestro conocimiento de sí mismos.

Esta concepción de lo que también se conoce como “desarrollo de carrera” nos permite ir creando una idea del trabajo que va más allá de una ocupación remunerada que hago para subsistir sino más bien una actividad muy importante de la vida que me puede ayudar a trascender hacia un desarrollo integral y, especialmente, cargado de sentido de vida. De ahí que las personas más significativas para un niño o una niña como sus padres, madres o docentes puedan tener una participación plena en ese proceso proveyendo la mayor cantidad de experiencias de aprendizaje posibles que les ayuden a adquirir intereses y habilidades en diferentes áreas y también aquellos valores que serán una especie de “pegamento” de los diferentes componentes de una personalidad integrada e integral a la vez.

A través del ikigai se buscan estas mismas cosas que, al final, nos llevan a encontrar “un propósito determinado” en la vida mediante la respuesta a cuatro preguntas esenciales:

1.    ¿Qué amas hacer?

2.    De eso que amas hacer, ¿en qué eres bueno?

3.    De eso en que eres bueno, ¿qué necesita el mundo y cómo puedo al mismo tiempo cobrar por ello?

4.    Cómo puedo unir lo que amo hacer, en lo que tengo capacidad y en lo que recibo una retribución para    mejorar el mundo?


Haciendo un esfuerzo por occidentalizar la postura de esta cultura milenaria oriental, la historia de Steve Jobs puede ser un buen ejemplo para comprenderla un poco mejor.

Es preciso recordar que, en un momento importante en su juventud, aproximadamente a los 19 años, Jobs se introdujo en la práctica del budismo zen lo cual, de una u otra forma, lo ayudó a definir 7 reglas básicas en su trabajo(pasión) que lo llevó no solo a desarrollar una de las empresas más grandes e importantes sino a una con la que cambió el mundo:

1) Haz lo que más amas.

2) Deja una marca en el universo.

3) Haz conexiones.

4) Dile ¡No! a miles de cosas.

5) Crea experiencias intensamente diferentes.

6) Perfecciona el Mensaje.

7) Vende sueños, no productos.

Estas reglas poseen la esencia de su propio ikigai ya que de las mismas se desprende la identificación de las cosas que amaba hacer, aquellas que le generaban más pasión y las que a la postre el mundo le compró (y sigue comprando).

Me quiero detener en un aspecto que me parece muy interesante dentro de las interpretaciones que varios autores dan a la construcción del ikigai : la importancia del periodo de nuestra infancia.

Cuando en la primera de las preguntas la persona debe establecer aquello que ama, se dice que nos podemos apoyar recordando aquellas cosas que nos gustaba hacer en esa época ya que “podremos saber si nuestro ikigai está en actividades artísticas, intelectuales, de ayuda a los demás, de pensamiento científico, etc.”, es decir, todos aquellos actos, prácticas, labores y especialmente juegos en donde el tiempo se nos pasaba volando.

En la infancia podemos encontrar aquellas cosas que hacíamos con mayor gusto y pasión ya que cuando un niño o una niña juega lo hace por el placer que esto genera.

Cuando vamos creciendo, el recuerdo de esas actividades o juegos que realizábamos nos pueden ayudar a identificar su relación con grandes áreas de intereses que nos pueden marcar la elección vocacional con un mayor sentido de realidad en cuanto al mundo del trabajo y las posibilidades que ofrece el medio. Esto es importantísimo tenerlo en cuenta para que las escuelas, familias, docentes y profesionales dedicados al apoyo del desarrollo vocacional puedan desarrollar todas las experiencias que posibiliten una mejor vivencia de las experiencias tempranas de la vocación (o ikigai) durante la infancia.

Por otra parte, cuando se habla de unir la pasión, la habilidad, lo que se necesita y “aquello que me puedan comprar” se está refiriendo a lo que yo llamo “simbiosis vocacional unilateral” que no es más que la unión que una persona realiza en su proceso de elección, de forma consciente, entre lo que es su vocación y aquellas oportunidades en donde va a poder desarrollar un trabajo que le permita alcanzar la satisfacción de sus necesidades básicas y una mejor calidad de vida. Esto me resulta interesante ya que los cambios actuales dentro del mundo del trabajo  inevitablemente van marcando tendencias y demandas en el mercado y en la posibilidad de que las personas encuentren una actividad laboral que les permita desarrollar sus intereses y habilidades y les permita, a la vez, vivir lo mejor posible. Esto no es más que la discusión entre vocación y empleabilidad.

La evolución de la vocación depende del desarrollo personal ya que ésta no se puede disociar de lo segundo. El trabajo en que una persona se llegue a desenvolver deberá ser, en el mejor de los casos, un complemento para las demás áreas del desarrollo integral.

La filosofía del ikigai es un viaje de autoconocimiento que pretende que podamos responder a las preguntas: ¿Quién soy yo?  y ¿Cuál es mi razón de ser?.

Nos ilustra, de una forma simple, lo que el desarrollo de la vocación debe de representar para las personas y cuan importante es ponerle la atención debida desde la infancia ya que no se circunscribe únicamente a la elección de una ocupación sino al conjunto de valores con que la acompañaremos durante nuestra vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Construir nuestra propia felicidad

  Una noche reciente de sábado me encontré leyendo un interesante ensayo desarrollado por la autora argentina Ana María Llamazares, quien ha...