martes, 30 de noviembre de 2021

Construir nuestra propia felicidad

 


Una noche reciente de sábado me encontré leyendo un interesante ensayo desarrollado por la autora argentina Ana María Llamazares, quien hace una exhaustiva y profunda reflexión acerca de la crisis y los cambios que estamos viviendo como sociedad.

"La dimensión espiritual de esta crisis es la más profunda de todas y la que requiere de una reconexión hacia aquellos valores basados en un sentido de colectividad que nos ayude a vencer un individualismo cada vez más enajenante", nos señala esta autora.

Cuando una persona se encuentra en una crisis vital es preciso que reconozca su presencia para que, posteriormente, en un proceso que la lleve a su entendimiento, pueda definir el camino a seguir que le permita continuar con su vida y su autorrealización.  De la misma manera, como sociedad debemos de reconocer que tenemos un serio problema y que, en el tanto lo sigamos disimulando o ignorando, traerá muy serias consecuencias a muchas de las generaciones que nos sucederán.

El paradigma cientificista en el que estamos sumidos nos ha llevado a una ruptura de la conexión del hombre con la naturaleza, con lo vital y con la subjetividad humana. Con ello se ha impuesto en nuestros días una concepción que solo da crédito a lo racional y lo material en donde el sentido práctico de la realidad y del propio bienestar individual está por encima de cualquier cosa, de cualquier persona o grupo de personas, continua señalando Llamazares.

En este panorama no es de extrañarse problemas de la talla de la desesperanza (que ya nos advertía Erick From), la soledad, la falta de sentido de pertenencia, entre otros, en el que están sumidas millones de personas o, bien, problemas de carácter político-social como las guerras comerciales, las disuasiones geopolíticas o la falta de preocupación con el tema ambiental.

Las consecuencias a las que se refiere la autora pasan por un evidente vacío en nuestras vidas en donde nada de lo mucho que se tiene satisface, lo cual genera angustia y una notable pérdida del sentido de humanidad. En cuanto a las proyecciones generadas por esas consecuencias están la “ilusión” de poder ilimitado (y el uso irresponsable de esta falacia), la depredación ambiental, el consumismo desenfrenado y, por consiguiente, todas las adicciones generadas las cuales son tanto de carácter psicológico como espiritual.

La solución propuesta: regresar a los orígenes más profundos del espíritu humano, a aquellos valores que primaban lo colectivo por encima de lo individual.

Esta interesante postura tiene una relación directa con quizás la principal meta que cada persona tiene en la vida: ser feliz.

A veces pensamos que la felicidad es algo que depende de la buena suerte, algunos piensan que son merecedores de ella y esperan que aparezca como por arte de magia. Otras personas, quizás, ni siquiera se creen merecedoras de vivir felices.

Puede ser que en el devenir de nuestra vida se nos presenten oportunidades, pero ello no es suficiente ya que hay que favorecer esas oportunidades para convertirnos en personas felices. Si no intentamos ser felices, si no hacemos nada, las probabilidades de éxito en este sentido se reducen a cero.  De ahí la importancia de percibirnos como agentes de nuestra propia felicidad.

Sobre este tema ya tiene algunos años investigando y escribiendo Sonja Lyubimirsky, psicóloga ruso-norteamericana, quien plantea una muy interesante teoría  en su libro “La ciencia de la felicidad”.

Según diversos estudios que ha realizado, el 50% de la felicidad que sentimos depende de nuestros genes y solo un 10% de ella depende de nuestras circunstancias vitales (todo lo que nos ha sucedido en el pasado). Sin embargo, el restante 40% de la ecuación que plantea depende exclusivamente de las acciones que emprendamos diariamente de forma consciente, lo cual quiere decir que casi la mitad de la felicidad que experimentamos depende de lo que hacemos para obtenerla.

La autora llama a esto la "solución del 40 por ciento", lo cual nos conduce a señalar que la construcción de la felicidad sí puede depender de cada persona.

Esto nos permite tener la certeza que podemos llegar a ser felices y que vale la pena esforzarse no por la "búsqueda de la felicidad", porque, según su planteamiento, ni es un golpe de suerte ni es heredable ni tampoco algo que se nos haya perdido.

La felicidad no depende del dinero, ni de cosas materiales ya que esto lo que genera es un estado de alegría momentáneo o, incluso, pueden ser fuentes de infelicidad. Según un estudio que se desarrolló en los EEUU, las personas más ricas de ese país (que ganan más de 10 millones de dólares al año) reconocieron un nivel de felicidad personal apenas ligeramente superior al de los empleados administrativos y los obreros que trabajan para ellos. Por otro lado, se llegó a determinar que el efecto de estar casado o soltero, en cerca de 16 países, no varió el nivel de felicidad en el 25% de las personas casadas y el 21% de las solteras, quienes se definieron como “muy felices” en ambos grupos.

Así las cosas, las circunstancias de la vida como el dinero o el estado civil no son la clave de la felicidad, según sostiene Lyubimirsky.

El verdadero elemento decisivo es nuestro comportamiento.

La verdadera clave no consiste en "cambiar" nuestra genética(de todos modos no lo podemos hacer) ni cambiar las circunstancias de vida de nuestro pasado, sino en ejercer el poder para desarrollar actividades deliberadas que nos hagan felices todos los días.

Tenemos el potencial de poder controlar en un 40% nuestro estado de felicidad, un 40 por ciento de oportunidades para aumentar o disminuir ese nivel a través de lo que hacemos y pensamos.

¿Estaremos en disposición de delegar nuestra felicidad en las circunstancias que no se pueden cambiar ya o no dependen de nosotros o queremos hacer valer el poder que llevamos dentro para decidir ser felices conscientemente?...

 


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