miércoles, 19 de agosto de 2020

La escuela, el mundo del trabajo y su necesaria interrelación


Por Manuel Chaves Quirós
Máster en desarrollo personal y profesional-Orientador vocacional

La semana pasada hablaba de un estudio que se realizó hace unos 3 años según el cual en los próximos años el 45% de las ocupaciones serán automatizadas en alguna medida y el 4% de algunos de esos empleos van a ser totalmente automatizados.
Sin embargo, la situación de pandemia que venimos experimentanto desde hace ya varios meses no solamente introdujo con más fuerza lo que conocemos como trabajo a distancia o teletrabajo sino que, además, acelerará por mucho esa situación que se preveía para más adelante(de esto hablaré con mayo detalle en próximas semanas).
El mundo del trabajo, desde plena época de la revolución industrial, adquirió una complejidad que día a día exige más a las personas. Y digo personas porque es ahora en nuestros días, desde esa condición, en donde se valora más el recurso humano, el principal activo que tiene cualquier organización o empresa.
Por lo general se piensa que el paso previo para aspirar a cualquier puesto de trabajo es la entrevista de selección. Nada más equivocado que eso.
El proceso para que una persona pueda ser seleccionada para un puesto de trabajo, o bien, para encaminar el emprendimiento que le permita prosperar lo iniciamos desde nuestra propia infancia.
La primera persona que hace un proceso de selección para aspirar al mundo del trabajo es la misma persona, señala la coach y profesional de recursos humanos Teresa Vila, al hacer referencia de que en una entrevista para alcanzar empleo la persona debe de hablar de sí misma y de ello quien más sabe es precisamente cada quién.
Básicamente, la tendencia actual es contratar “personas” más que a “sabedores” de una especialidad, lo que nos lleva a un punto crucial al cual hasta ahora se le está dando la importancia debida: cómo educamos a nuestros niños y jóvenes para la vida, para formar las mejores actitudes y para ayudarlos a formar carácter, esta última una condición imprescindible para la resolución de problemas.
A finales del siglo XIX el surgimiento del movimiento pedagógico “Escuela Nueva” o “Escuela activa”, como también se le conoce, liderado en los EEUU por el psicopedagogo John Dewey ya planteaba alguna solución a esta disyuntiva educativa al oponerse rotundamente al tipo de educación tradicional formalista, vertical y memorística que predominaba en aquellas décadas y que hoy, a pesar de los esfuerzos que se dan en diferentes latitudes, continúa practicándose en las escuelas de primaria y secundaria.
El movimiento de la Escuela Nueva o Activa comenzó a plantear que el profesor o maestro no podían seguir siendo el punto central de la experiencia educativa y, mucho menos, la prioridad que se le daba a la memorización de contenidos. Sus principales propuestas daban un vuelco total a esta educación “cajonera” que producía personas en masa.
Dewey planteó 2 cosas fundamentales: el centro de la educación deben ser los propios niños (ya no el docente que “lo sabía todo”) y las experiencias pedagógicas deben girar en torno a sus intereses, a sus motivaciones, a aquello que les incita a aprender. Esto último fundamental para lo que se refiere al desarrollo de las actitudes.
Y resulta que hoy, ya casi alcanzando la segunda década del nuevo milenio, la actitud de las personas supera en importancia a la formación que se posea en cualquier especialidad o carrera, a pesar de que ello es vital mas no lo fundamental en los procesos de selección, ya que lo primero no aparece nunca en un currículum.
El desarrollo de buenas actitudes y una preparación para la vida son fundamentales para la adecuada inserción en el mundo del trabajo actualmente, ya que las motivaciones y el contacto con las demás personas son condiciones que nos pueden llevar a un nivel más alto de nuestros conocimientos en un área de trabajo determinada. “No contratamos a ingenieros, contratamos a personas que saben de ingeniería”, señala la coach Vila, ya que la condición central que debe tener cualquier futuro trabajador es precisamente la de ser una persona que posea competencias transversales (habilidades para la vida, como la empatía y capacidad para resolver problemas) y que “tengan disposición y ganas de aprender”.
En nuestro sistema educativo vienen dándose pasos importantes en este sentido, pero nos falta terminar de dar forma en la práctica a esa educación que permita a nuestros niños y jóvenes adquirir las herramientas necesarias para ser profesionales completos e integrales que tengan los conocimientos técnicos del área en que decidan especializarse pero también aquellas competencias(llamadas también “competencias del siglo XXI) que posibiliten su mejor inserción en la vida laboral desde todo punto de vista: técnico y personal-social.
Una de las más importantes características de este grupo de competencias las trataré en un próximo artículo: la mentalidad de crecimiento.

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