Por Manuel Chaves Quirós
Máster en desarrollo personal y profesional
Escritor y Orientador vocacional
El trabajo representa la identidad de una persona, es mucho más que el medio que utilizamos para satisfacer nuestras necesidades. En la escogencia que hacemos del mismo consideramos rasgos de personalidad como nuestros intereses, nuestras habilidades, nuestros valores y nuestro conocimiento del mundo del trabajo, entre otras cosas. Al hablar que desde nuestro trabajo hacemos una expresión de lo que somos y que además de ello se convierte en medio para la satisfacción de necesidades, estamos estableciendo que el mismo es fundamental para el desarrollo de las personas.
El trabajo ha evolucionado a lo largo de la historia del desarrollo de nuestra sociedad, sin embargo, al día de hoy, tal y como plantea Francisco Rivas, asesor vocacional e investigador, “los que vivimos en este llamado primer mundo, éste se nos presenta: económicamente globalizado, informativamente instantáneo y fugaz (online), socialmente complejo, culturalmente postmoderno, convivencialmente diverso, y educativamente tensionado al límite. El cambio no se puede tratar como crisis, sino que hay que adjetivarlo de radical, por la rapidez e imprevisibilidad con que está afectando a nuestras creencias y modos de vivir”.
Al pensar en cómo será el mundo del trabajo en las próximas décadas quedamos en una especie de incertidumbre, quizás expectativa, ya que ese mundo no será igual a lo que representa hoy en día.
Según un estudio publicado por Forbes México en 2017, en los próximos años el 45% de las ocupaciones serán automatizadas en alguna medida y el 4% de algunos de esos empleos van a ser totalmente automatizados.
El cambio en este paradigma del mundo del trabajo se acentuará más en la llamada “Generación Z”. Según las previsiones, cerca del 65% de esta generación trabajará en ocupaciones que aún no existen, lo cual deja latente también la importancia de desarrollar competencias. ¿Por qué? Bueno, porque las formas del trabajo futuro tenderán a ser más desmaterializadas, más flexibles, más robotizadas y creativas.
Los trabajos del futuro, cuyos rasgos ya empezamos a ver en algunas grandes compañías, tenderán a ser más autónomos y mucho más flexibles, en donde la presencia del trabajador en un lugar determinado durante la jornada laboral será cosa del pasado.
Lo primero que ponen de manifiesto algunos expertos alrededor del mundo es la enorme incertidumbre que existe acerca de estos futuros cambios, porque dependerán de cómo y cuándo se controle la pandemia que, por cierto, ha sido el combustible inesperado para acelerar este panorama. La mayoría coincide en que hay dos cuestiones más susceptibles de perdurar tras la crisis que otras. Por un lado, del teletrabajo y la digitalización de los procesos productivos y, en segundo lugar, de los cambios de patrones de consumo, que podrían modificar muchas de las relaciones laborales, tal y como hoy las conocemos.
Si hay un equivalente a lo que fue el invento de la imprenta por Guttemberg lo es el desarrollo de las actuales tecnologías, especialmente las de la información que nos posibilitan el acceso a una gran cantidad de conocimientos a través de los cuales, día a día, se generan una gran cantidad de productos y servicios sin siquiera tener que salir de casa.
Según una reciente encuesta el 93% de los jóvenes activos no quieren una oficina tradicional, lo cual necesariamente obliga a replantearse la forma en que trabajamos en la actualidad.
Las nuevas herramientas tecnológicas son las que posibilitan y posibilitarán aún más en el futuro que las personas trabajen en diferentes entornos y logren integrar más sus trabajos y sus vidas. El hecho de que esto suceda traerá, entre otras cosas, más compromiso, satisfacción personal, mayor productividad y, sin duda alguna, una calidad y un sentido de vida mucho mejor que el que actualmente experimentamos.
Las empresas empiezan poco a poco a ver que el trabajo a distancia genera mejoras de productividad, pero requerirá una regulación especial en donde se delimiten claramente, entre otras cosas, las fronteras entre la vida personal y la laboral.
Esto se observa muy bien representado con la experiencia de las Kantoor Karavaan de los países bajos y también con las experiencias de los denominados “freelance” que plantea seriamente la necesidad de un nuevo contrato social entorno a esta nueva forma de trabajo ya que muchas de las personas que están comenzando a trabajar en esta línea no tienen ni la estabilidad, ni la protección social ni las ventajas de los asalariados. Un punto de vista muy relevante de cara a las formas del trabajo a las que se están incorporando cada vez más personas, en especial jóvenes.
Por otra parte, los recursos tecnológicos de los que disfrutamos en la actualidad llegarán a ser superados por otros productos que facilitarán aún más lo que actualmente hacemos y, muy probablemente, de una forma más eficiente como, por ejemplo, la “realidad virtual” que ya se prevé como una herramienta tan imprescindible como lo es actualmente la computadora personal, el teléfono móvil o la interne
La nueva relación con el trabajo: co-working, startups y trabajo por cuenta propia
Esta es sin duda una tendencia que ya venía en alza y que, después de esta pandemia, será una de las más importantes realidades laborales tanto por las oportunidades que generan como por la relación y la posibilidad de que las personas puedan encontrar mayor satisfacción con su trabajo y una mayor compatibilidad de este con una mejor calidad de vida y el disfrute de tiempo para el ocio.
En el libro “El mito del emprendedor” su autor, Michael Gerber plantea que el desarrollo de un emprendimiento tiene su origen en lo que él mismo denomina “vocación inicial” que básicamente responde a la pregunta de cuál es el plan de vida y los objetivos vitales que van a guiar el establecimiento de un negocio en donde las personas “no trabajen en su empresa sino para su empresa”.
Las nuevas tendencias, o visualización de lo que serían las nuevas formas de trabajar, necesitarán de la conciliación con una calidad de vida que ya se reclamaba antes pero que ahora se está percibiendo como una necesidad vital.
Un ejemplo de ello se ilustra en un interesante reportaje del periódico El País (España) en donde se informa que “el teletrabajo y el miedo a otro confinamiento impulsan la búsqueda de casas más grandes lejos de los centros urbanos o en áreas rurales”. El trabajador del futuro querrá que el trabajo al que se dedique le permita una mejor calidad de vida e invertir tiempo en actividades que le permitan alcanzar crecimiento personal, calidad en la vida familiar, ocio y, por supuesto, el resguardo de su salud.
En las áreas céntricas de las grandes ciudades españolas la gente quiere “poner kilómetros de por medio” no solo para tener casas más espaciosas y al menos con jardín (en la actualidad hay personas viviendo en apartamentos que no llegan ni a los 100mts cuadrados) sino para alcanzar una calidad de vida que parece no que no se posee ahora mismo. La crisis del coronavirus ha sido el último empujón que necesitaban estos propietarios para mudarse, incluso a un pueblo o zona rural, donde poder adquirir una vivienda mejor, más grande y a un lugar que permita una mejor forma de vivir.
“Durante mucho tiempo los límites geográficos los marcaba la distancia al puesto de trabajo. El desarrollo del teletrabajo permite romper esta lógica espacial. Hoy, se ha demostrado que son muchas (pero tampoco todas) las ocupaciones que pueden desarrollar sus tareas desde cualquier lugar con conexión a Internet”, señala Mariano Urraco, doctor en Sociología y profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA).
Las búsquedas de viviendas en zonas alejadas del país ibérico se han incrementado en un 46% y un 80% de las peticiones de información en este sentido viene de residentes de Madrid y Barcelona especialmente. Además, los precios de las viviendas de esas zonas llegan a ser entre un 15% y un 20% más baratas que en la ciudad (otro motivo para considerar el cambio). Incluso, se está considerando las zonas que estaban quedando casi sin habitantes (eso sí con buenas condiciones de acceso a internet y servicios de telecomunicaciones), lo cual representaría un renacimiento para esos lugares en donde, entre otras cosas, se puede tener mayor contacto con la naturaleza y una desaceleración del ritmo vertiginoso de las ciudades.
La posibilidad de accesar a esta nueva forma de trabajo está asociada a sectores de alto valor agregado, como apunta Joaquín Recaño, profesor titular del Departamento de Geografía de la Universitat Autónoma de Barcelona, además a profesionales liberales o autónomos cuyo trabajo o emprendimiento pueda permitirle el trabajo a distancia o, al menos, en donde no necesite estar la mayor parte de la semana “face to face” con sus clientes.
Los sociólogos creen que esta crisis agrandará las diferencias sociales, señala un artículo de la periodista Sandra López Letón. Se establecerá, según algunos de ellos “una división entre la élite que pueda deslocalizarse residencialmente y teletrabajar, con estabilidad y confianza en que su empleo se mantendrá en el tiempo y aquellos otros que, incluso compartiendo ese sueño, no pueden dar el salto a una residencia que puede resultar demasiado alejada de futuros puestos de trabajo”.
Además, una de las grandes ventajas que implica este estilo de trabajo es el establecimiento de verdaderas redes de apoyo, lo que en teoría administrativa llamaríamos “encadenamiento productivo”, lo que genera empleo en diferentes lugares para diversas personas.
La independencia irá de la mano con una mayor creatividad, con una mayor necesidad de trabajo conjunto y colaborativo, donde las relaciones “ganar-ganar” deberán ser la tónica. Esto sería fundamental en esto que se llama “economía colaborativa”.
Interesante me parece también el punto de vista de Philippe Schiesser, fundador de Ecoeff Lab en Francia, en cuanto al regreso a una especie de “economía de intercambio” en donde la gente básicamente aportará sus saberes y habilidades de producción en una especie de “comunidades de trabajo común” en donde seamos más sujetos que objetos de producción, tal cual se hacía hace 40 años en el campo pero con la diferencia que esto ahora será permeado por una tecnología avanzada y un mundo intercomunicado.
Así las cosas, surge la más que posible necesidad de que muchos trabajadores tengan que transitar hacia los nuevos modelos de negocio que se potencien o que aparezcan. Muchos especialistas plantean que dicha transición no es ni fácil ni rápida, pero se vislumbra desacoplamiento más acelerado de lo previsto en el mercado de trabajo.
Inteligencia artificial
En este apartado habrá una serie de trabajos intermedios y rutinarios que serán sustituidos por máquinas y robots que, con una programación específica de esas tareas, se encargarán de realizarlas.
Algunos ejemplos de ello es lo que observamos de los robots que acomodan pedidos en Amazon, los que se encargan de hacer la limpieza de los pisos y que ya se pueden comprar en las grandes cadenas de supermercados, los drones que llevan pedidos hasta las casas y demás. Esto es una realidad que año con año nos irá alcanzando más y más.
Rodolphe Gelin, director científico de la empresa francesa Softbank Robotics, da en el punto al señalar que los robots ayudarán a hacer mejor el trabajo de las personas, de manera que nosotros solo tengamos que hacer aquello que requiera el “valor humano añadido”: nuestro juicio. Será una suerte de complemento y de colaboración. Esto me recuerda una escena de la película “Blade Runner” de 1984 en donde Deckard (Harrison Ford) se sienta frente a una máquina y, desde su sillón, le va solicitando oralmente a una computadora hacer acercamientos a una fotografía que está investigando sin tocar una tecla o algo que se le parezca. Simplemente le da la orden a la máquina y ella la cumple.
Cómo se puede deducir, ese “valor humano añadido” nunca va a desaparecer y tal como lo aprendí en un interesante curso de robótica al que asistí hace algunos años en la facultad de ingeniería de la Universidad de Costa Rica, para que haya una máquina, computadora o robot trabajando siempre se necesitará de una persona que lo programe y le ordene la actividad para la cual es creado y que irá en función de mejorar algún servicio para los seres humanos.
Lynda Gratton, una importante economista del Reino Unido, nos señala con gran acierto esta interesante conclusión: “todos los estudios sobre el tema nos demuestran que un buen trabajo, un trabajo que nos permita realizar tareas que consideramos útiles e interesantes es una fuente de felicidad y satisfacción. En eso deberíamos poner nuestro empeño en el futuro”. Esto es, quizás, lo que nunca llegue a cambiar y que ha formado parte central de las diferentes teorías del desarrollo y la elección de carrera.
El desarrollo de buenas actitudes y una preparación para la vida son fundamentales para la adecuada inserción en el mundo del trabajo actualmente, ya que las motivaciones y el contacto con las demás personas son condiciones que nos pueden llevar a un nivel más alto de nuestros conocimientos en un área de trabajo determinada. “No contratamos a ingenieros, contratamos a personas que saben de ingeniería”, señala la coach profesional en recursos humanos Teresa Vila, ya que la condición central que debe tener cualquier futuro trabajador es precisamente la tener buena disposición, ganas de aprender y, sobre todo, que posea competencias transversales o habilidades para la vida (como la empatía y capacidad para resolver problemas) que le ayuden a ser un buen trabajador en consonancia con ser una mejor persona en todos los sentidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario