Especialista en desarrollo personal y profesional-orientador vocacional
Fue sumamente curiosa y sui
generis la manera en que nació este artículo.
Para empezar, no era este el que
iba a comenzar a escribir sino otro (que estará listo en pocas semanas, por
cierto) que tratará la importancia de la comunicación docente-estudiante-docente
tanto para estimular el éxito escolar como para establecer que la comunicación
más adecuada entre estos dos actores educativos puede influir positiva o
negativamente en el desarrollo de la vocación y el proyecto de vida de niños,
niñas y jóvenes.
Resulta así: en la madrugada del
15 de setiembre pasado, a eso de las 3:50am, la naturaleza me indicó que tenía
que ir a vaciar mi vejiga. Esto sueña sencillo, pero a la altura de la vida en
que estoy, y no sé si esto será común para todos los cincuentenarios, me pasa
que luego me cuesta volver a conciliar el sueño. Esto es realmente molesto.
Por esta razón, decidí volver al
ritual que había implementado durante el inicio de la pandemia: relajarme
escuchando al pintor estadounidense Bob Bross mientras explica la forma en que
poco a poco y paso a paso iba pintando sus extraordinarios paisaje imaginarios
repletos de montañas, árboles, ríos y flores, en ese conjunto extraordinario de
figuras-fondo que te hacen meterte de lleno en esos lugares tranquilos y
apacibles. El cuadro que pintó, llamado "Isla en el desierto", fue una danza de colores y
formas que transmite tanta serenidad y belleza que, simplemente, quedé
embelesado. Quizás por esa razón la estrategia para quedarme dormido no dio
resultado. Así que, casi de inmediato, pasé al plan B: escuchar “Cosmos” de
Carl Sagan.
Lo hice en el capítulo 8 “Viajes a través del espacio y el tiempo“ y da la
casualidad que me sucedió lo mismo. En esas explicaciones, cuyo esfuerzo,
perspicacia y claridad por parte de este inolvidable divulgador científico y
escritor nos hace acercarnos a la comprensión de la complejidad y significado
del universo.
Escuchar a ambos durante esa
madrugada en mi cama y con la luz apagada me involucró en la construcción de
las imágenes que sus extraordinarias explicaciones y voces evocan y, a
diferencia de las otras ocasiones en que hice lo mismo, me incentivaron a
intentar establecer las conexiones existentes entre la ciencia y el arte.
Acto siguiente, ya me tenía que levantar para iniciar mi periplo diario, pero sorpresivamente no me sentía trasnochado con falta de sueño. Nomás bajando las escaleras para hacerme una taza de café me cautivó la estampa de un amanecer hermoso, estimulante y revelador(cuya fotografía acompaña este artículo): un sol radiante que ya se estaba asomando en el horizonte dilatado por un grupo de nubes, un cielo azul profundo en donde un gavilán extendía sus alas para surcarlo y, sobre el suelo fértil al lado occidental de Cartago los sembradíos de tomate que están detrás de mi casa protegidos por las largas y delgadas lonas que marcan una forma moderna para mejorar su cosecha. Todo eso, junto, fue arte y ciencia aplicada a la realidad de lo que observaron mis ojos.
Gracias a todo esto que me pasó
pude comprender que la ciencia y el arte son cosas indisolubles y que una
complementa a la otra. Si bien es cierto a través de cada una de estas áreas la
humanidad ha intentado comprender todo aquello que le rodea, también es cierto
que le han permitido determinar la relación espiritual que hay en cada una de
sus expresiones.
Sagan cuando nos habla de las
galaxias, del big bang, de la formación de las estrellas y Bross a través de
sus manos, sus pinceles y sus colores nos ayudan muy bien a comprender esa
relación. Cada uno de ellos, en su forma particular de concebir el mundo y el
universo, en la aparente “diferencia” de visiones, nos regalan un denominador
común: entender que somos parte de la vida, que somos uno de esos hilos y que
tenemos una gran capacidad para entender, crear y transformar. Una capacidad
que llevamos dentro de sí mismo desde el mismo momento en que fuimos creados
hace miles de millones de años en aquel estallido que dio inicio al universo
porque somos polvo de estrellas.
Si desde ese mismo preciso
instante en que el universo dio inicio con la “partícula de Dios” y fue creando
planetas, soles y galaxias que aún hoy se siguen formando, si el universo
encierra una capacidad intrínseca de crear, también nosotros que somos un
“microcosmos” la tenemos. Es algo inevitable y es la forma por la cual la
humanidad ha subsistido y mejorado su andar por el mundo desde hace ya más de
400 000 años atrás en que los primeros neandertales comenzaron a aparecer y a
desplazarse por lo que conocemos hoy como Europa y Asia.
Nuestra evolución siempre estuvo
marcada de forma especial por lo que nuestros ancestros fueron aprendiendo, la
tecnología que fueron creando y el arte con el que intentaron plasmar la
comprensión interna de la existencia.
El ser humano es como el big
bang, nos dice el escritor Álvaro Cedeño, ya que desde que nace tiene un cúmulo
de posibilidades para llegar a ser, si así se lo propone. Ese es el denominador
que encontramos en las ciencias y en el arte, es la parte central dentro del
paradigma integral del desarrollo humano que debe privar en la formación de las
actuales y futuras generaciones y que debería responder a los desafíos que como
humanidad tenemos para este siglo XXI.
Si logramos de una u otra manera
sincronizar todas las áreas del conocimiento, cuyo eje central sea el
desarrollo del espíritu humano, habremos logrado la tarea fundamental en la
formación y no solo en la instrucción de las personas del nuevo siglo y esto,
indisolublemente, afecta una de sus actividades más relevantes y, precisamente,
más transformadoras: el trabajo.
Si queremos a más personas
preparadas e integrales y a menos tecnócratas que degraden el mundo del trabajo
es preciso entonces recuperar esa visión integral y cósmica del ser humano tal
y como lo planteaba Eric Fromm cuando escribía que:
hacia una sociedad completamente mecanizada,
en donde el hombre será el desvalido diente de un engranaje de la máquina…
el otro conduce a un renacimiento del humanismo y la esperanza,
a una sociedad que pondrá la técnica al servicio del bienestar…”.
Desde inicios de esta segunda
década del siglo se ha ido fortaleciendo (aún más) la revolución tecnológica
que, día tras día, sigue impactando en todas las áreas no solo de nuestro
quehacer sino algo más allá. Esta revolución que ya no toca las puertas de
nuestras casas, sino que está ya dentro de ellas, se pensaba de una forma más
parecida a una película de ciencia ficción en el siglo XX y me atrevo a decir
que hasta más “deshumanizada”. Pero algunos pronósticos en este sentido no se
han cumplido, al menos aún, gracias a que hay una fuerte tendencia que, a pesar
de señalar la importancia de la innovación tecnológica, también señala de forma
contundente que esta debe de ir acompañada de un fuerte componente en donde la
calidad de vida de las personas sea el objetivo final de los recursos y avances
que se van superponiendo.
La formación STEM no iba
necesariamente encaminada en el paradigma de la formación integral hasta que
alguien tuvo la lucidez de pensar que las artes no solo complementaban esa
formación, sino que la enriquecían con aquellas actividades propias de un área
en donde el espíritu, la sensibilidad, los sentidos y los sentimientos representan
su más íntegro germen de creación. Así, STEM se convirtió hoy por hoy en STEM+Arts
lo que le ha recuperado a esa tradición tecnológico-científica del quehacer
humano su alma, su espíritu, sus valores.
a la hora de comunicar conocimiento
a todas las generaciones del mundo"
Leonardo Da Vinci
La irrupción de la “A” en el
ahora renovado acrónimo STEAM es algo que va más allá del concurso objetivo de
todas las artes en su relación con las ciencias (y no únicamente las artes
plásticas, por cierto) ya que el arte encierra en sí, en cada obra de teatro,
música, escultura, pintura y demás, los más altos valores del espíritu humano,
la expresión de aquello que mueve los cimientos del alma y que, a la vez, la
retrata.
Pero esto va más allá de agregar
“Arts” al acrónimo.
Desde la primera conferencia
mundial STEAM en Barcelona en el año 2015, diversos especialistas invitados a
hacer sus exposiciones sobre el tema ya planteaban un cambio sustantivo para
los procesos de formación educativa y abogaban por huir de la simplicidad de
programas de estudio separados como islas independientes para pasar a programas
de estudio integrados en donde las disciplinas o áreas no estén segmentadas
sino que mediante la estrategia del aprendizaje por proyectos las asignaturas
se integren para que los estudiantes y las estudiantes apliquen los
conocimientos para la resolución de problemas, tal y como se hace en la vida
cotidiana y con el concurso de las humanidades, como lo planteó en esa cita
Cindy Johanson de la “George Lucas Educational Fundation”.
La antigua concepción que plantea
una dicotomía entre las ciencias, la tecnología, las humanidades y las artes es
algo que poco a poco se va superando para dar paso a un paradigma más integral.
Tanto el científico como el artista trabajan para resolver problemas,
investigan y, algo trascendental en el mundo del trabajo autónomo y emprendedor
actual, reconocen el fallo como algo necesario para aprender y mejorar (y nos
enseñan con esto que es preciso enseñar a niños, niñas y jóvenes que fallar es
necesario en vez de hacer lo que sucede aún en nuestros sistemas educativos:
castigarlo). Al respecto, Elías Amor,
presidente de la Asociación Española para el fomento de las políticas activas
de empleo y las cualificaciones, señala que “sería deseable…que en la escuela
elemental y secundaria se dejasen definitivamente atrás las percepciones
tradicionales de ´alumnos buenos en matemáticas y buenos en artes´...Ambos
deben adquirir competencias digitales, humanísticas y sociales para sentirse
cómodos en la nueva sociedad de la información y el conocimiento…”.
El valor de las aportaciones de
todas estas es más necesario que nunca en medio de la construcción y
reconstrucción de nuestra sociedad y del mundo del trabajo que, debido a la
pandemia, aceleró cambios que esperábamos en algunas décadas más allá.
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