miércoles, 29 de septiembre de 2021

STEAM en la infancia: orientación integrada e integradora

 

Por MSc. Manuel Chaves Quirós
Especialista en desarrollo personal y profesional-orientador vocacional

Fue sumamente curiosa y sui generis la manera en que nació este artículo.

Para empezar, no era este el que iba a comenzar a escribir sino otro (que estará listo en pocas semanas, por cierto) que tratará la importancia de la comunicación docente-estudiante-docente tanto para estimular el éxito escolar como para establecer que la comunicación más adecuada entre estos dos actores educativos puede influir positiva o negativamente en el desarrollo de la vocación y el proyecto de vida de niños, niñas y jóvenes.

Resulta así: en la madrugada del 15 de setiembre pasado, a eso de las 3:50am, la naturaleza me indicó que tenía que ir a vaciar mi vejiga. Esto sueña sencillo, pero a la altura de la vida en que estoy, y no sé si esto será común para todos los cincuentenarios, me pasa que luego me cuesta volver a conciliar el sueño. Esto es realmente molesto.

Por esta razón, decidí volver al ritual que había implementado durante el inicio de la pandemia: relajarme escuchando al pintor estadounidense Bob Bross mientras explica la forma en que poco a poco y paso a paso iba pintando sus extraordinarios paisaje imaginarios repletos de montañas, árboles, ríos y flores, en ese conjunto extraordinario de figuras-fondo que te hacen meterte de lleno en esos lugares tranquilos y apacibles. El cuadro que pintó, llamado "Isla en el desierto", fue una danza de colores y formas que transmite tanta serenidad y belleza que, simplemente, quedé embelesado. Quizás por esa razón la estrategia para quedarme dormido no dio resultado. Así que, casi de inmediato, pasé al plan B: escuchar “Cosmos” de Carl Sagan.

Lo hice en el capítulo 8  “Viajes a través del espacio y el tiempo“ y da la casualidad que me sucedió lo mismo. En esas explicaciones, cuyo esfuerzo, perspicacia y claridad por parte de este inolvidable divulgador científico y escritor nos hace acercarnos a la comprensión de la complejidad y significado del universo.

Escuchar a ambos durante esa madrugada en mi cama y con la luz apagada me involucró en la construcción de las imágenes que sus extraordinarias explicaciones y voces evocan y, a diferencia de las otras ocasiones en que hice lo mismo, me incentivaron a intentar establecer las conexiones existentes entre la ciencia y el arte.

Acto siguiente, ya me tenía que levantar para iniciar mi periplo diario, pero sorpresivamente no me sentía trasnochado con falta de sueño. Nomás bajando las escaleras para hacerme una taza de café me cautivó la estampa de un amanecer hermoso, estimulante y revelador(cuya fotografía acompaña este artículo): un sol radiante que ya se estaba asomando en el horizonte dilatado por un grupo de nubes, un cielo azul profundo en donde un gavilán extendía sus alas para surcarlo y, sobre el suelo fértil al lado occidental de Cartago los sembradíos de tomate que están detrás de mi casa protegidos por las largas y delgadas lonas que marcan una forma moderna para mejorar su cosecha. Todo eso, junto, fue arte y ciencia aplicada a la realidad de lo que observaron mis ojos.


Gracias a todo esto que me pasó pude comprender que la ciencia y el arte son cosas indisolubles y que una complementa a la otra. Si bien es cierto a través de cada una de estas áreas la humanidad ha intentado comprender todo aquello que le rodea, también es cierto que le han permitido determinar la relación espiritual que hay en cada una de sus expresiones.

Sagan cuando nos habla de las galaxias, del big bang, de la formación de las estrellas y Bross a través de sus manos, sus pinceles y sus colores nos ayudan muy bien a comprender esa relación. Cada uno de ellos, en su forma particular de concebir el mundo y el universo, en la aparente “diferencia” de visiones, nos regalan un denominador común: entender que somos parte de la vida, que somos uno de esos hilos y que tenemos una gran capacidad para entender, crear y transformar. Una capacidad que llevamos dentro de sí mismo desde el mismo momento en que fuimos creados hace miles de millones de años en aquel estallido que dio inicio al universo porque somos polvo de estrellas.

Si desde ese mismo preciso instante en que el universo dio inicio con la “partícula de Dios” y fue creando planetas, soles y galaxias que aún hoy se siguen formando, si el universo encierra una capacidad intrínseca de crear, también nosotros que somos un “microcosmos” la tenemos. Es algo inevitable y es la forma por la cual la humanidad ha subsistido y mejorado su andar por el mundo desde hace ya más de 400 000 años atrás en que los primeros neandertales comenzaron a aparecer y a desplazarse por lo que conocemos hoy como Europa y Asia.

Nuestra evolución siempre estuvo marcada de forma especial por lo que nuestros ancestros fueron aprendiendo, la tecnología que fueron creando y el arte con el que intentaron plasmar la comprensión interna de la existencia.

El ser humano es como el big bang, nos dice el escritor Álvaro Cedeño, ya que desde que nace tiene un cúmulo de posibilidades para llegar a ser, si así se lo propone. Ese es el denominador que encontramos en las ciencias y en el arte, es la parte central dentro del paradigma integral del desarrollo humano que debe privar en la formación de las actuales y futuras generaciones y que debería responder a los desafíos que como humanidad tenemos para este siglo XXI.

Si logramos de una u otra manera sincronizar todas las áreas del conocimiento, cuyo eje central sea el desarrollo del espíritu humano, habremos logrado la tarea fundamental en la formación y no solo en la instrucción de las personas del nuevo siglo y esto, indisolublemente, afecta una de sus actividades más relevantes y, precisamente, más transformadoras: el trabajo.

Si queremos a más personas preparadas e integrales y a menos tecnócratas que degraden el mundo del trabajo es preciso entonces recuperar esa visión integral y cósmica del ser humano tal y como lo planteaba Eric Fromm cuando escribía que:

“…nos encontramos en una encrucijada: un camino nos lleva
hacia una sociedad completamente mecanizada,
en donde el hombre será el desvalido diente de un engranaje de la máquina…
el otro conduce a un renacimiento del humanismo y la esperanza,
a una sociedad que pondrá la técnica al servicio del bienestar…”.
 

Desde inicios de esta segunda década del siglo se ha ido fortaleciendo (aún más) la revolución tecnológica que, día tras día, sigue impactando en todas las áreas no solo de nuestro quehacer sino algo más allá. Esta revolución que ya no toca las puertas de nuestras casas, sino que está ya dentro de ellas, se pensaba de una forma más parecida a una película de ciencia ficción en el siglo XX y me atrevo a decir que hasta más “deshumanizada”. Pero algunos pronósticos en este sentido no se han cumplido, al menos aún, gracias a que hay una fuerte tendencia que, a pesar de señalar la importancia de la innovación tecnológica, también señala de forma contundente que esta debe de ir acompañada de un fuerte componente en donde la calidad de vida de las personas sea el objetivo final de los recursos y avances que se van superponiendo.

La formación STEM no iba necesariamente encaminada en el paradigma de la formación integral hasta que alguien tuvo la lucidez de pensar que las artes no solo complementaban esa formación, sino que la enriquecían con aquellas actividades propias de un área en donde el espíritu, la sensibilidad, los sentidos y los sentimientos representan su más íntegro germen de creación. Así, STEM se convirtió hoy por hoy en STEM+Arts lo que le ha recuperado a esa tradición tecnológico-científica del quehacer humano su alma, su espíritu, sus valores.

"El Arte es el Rey de todas las ciencias
a la hora de comunicar conocimiento
a todas las generaciones del mundo"
                                                                        Leonardo Da Vinci

La irrupción de la “A” en el ahora renovado acrónimo STEAM es algo que va más allá del concurso objetivo de todas las artes en su relación con las ciencias (y no únicamente las artes plásticas, por cierto) ya que el arte encierra en sí, en cada obra de teatro, música, escultura, pintura y demás, los más altos valores del espíritu humano, la expresión de aquello que mueve los cimientos del alma y que, a la vez, la retrata.

Pero esto va más allá de agregar “Arts” al acrónimo.

Desde la primera conferencia mundial STEAM en Barcelona en el año 2015, diversos especialistas invitados a hacer sus exposiciones sobre el tema ya planteaban un cambio sustantivo para los procesos de formación educativa y abogaban por huir de la simplicidad de programas de estudio separados como islas independientes para pasar a programas de estudio integrados en donde las disciplinas o áreas no estén segmentadas sino que mediante la estrategia del aprendizaje por proyectos las asignaturas se integren para que los estudiantes y las estudiantes apliquen los conocimientos para la resolución de problemas, tal y como se hace en la vida cotidiana y con el concurso de las humanidades, como lo planteó en esa cita Cindy Johanson de la “George Lucas Educational Fundation”.

La antigua concepción que plantea una dicotomía entre las ciencias, la tecnología, las humanidades y las artes es algo que poco a poco se va superando para dar paso a un paradigma más integral. Tanto el científico como el artista trabajan para resolver problemas, investigan y, algo trascendental en el mundo del trabajo autónomo y emprendedor actual, reconocen el fallo como algo necesario para aprender y mejorar (y nos enseñan con esto que es preciso enseñar a niños, niñas y jóvenes que fallar es necesario en vez de hacer lo que sucede aún en nuestros sistemas educativos: castigarlo).  Al respecto, Elías Amor, presidente de la Asociación Española para el fomento de las políticas activas de empleo y las cualificaciones, señala que “sería deseable…que en la escuela elemental y secundaria se dejasen definitivamente atrás las percepciones tradicionales de ´alumnos buenos en matemáticas y buenos en artes´...Ambos deben adquirir competencias digitales, humanísticas y sociales para sentirse cómodos en la nueva sociedad de la información y el conocimiento…”.

El valor de las aportaciones de todas estas es más necesario que nunca en medio de la construcción y reconstrucción de nuestra sociedad y del mundo del trabajo que, debido a la pandemia, aceleró cambios que esperábamos en algunas décadas más allá.


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