martes, 30 de noviembre de 2021

Construir nuestra propia felicidad

 


Una noche reciente de sábado me encontré leyendo un interesante ensayo desarrollado por la autora argentina Ana María Llamazares, quien hace una exhaustiva y profunda reflexión acerca de la crisis y los cambios que estamos viviendo como sociedad.

"La dimensión espiritual de esta crisis es la más profunda de todas y la que requiere de una reconexión hacia aquellos valores basados en un sentido de colectividad que nos ayude a vencer un individualismo cada vez más enajenante", nos señala esta autora.

Cuando una persona se encuentra en una crisis vital es preciso que reconozca su presencia para que, posteriormente, en un proceso que la lleve a su entendimiento, pueda definir el camino a seguir que le permita continuar con su vida y su autorrealización.  De la misma manera, como sociedad debemos de reconocer que tenemos un serio problema y que, en el tanto lo sigamos disimulando o ignorando, traerá muy serias consecuencias a muchas de las generaciones que nos sucederán.

El paradigma cientificista en el que estamos sumidos nos ha llevado a una ruptura de la conexión del hombre con la naturaleza, con lo vital y con la subjetividad humana. Con ello se ha impuesto en nuestros días una concepción que solo da crédito a lo racional y lo material en donde el sentido práctico de la realidad y del propio bienestar individual está por encima de cualquier cosa, de cualquier persona o grupo de personas, continua señalando Llamazares.

En este panorama no es de extrañarse problemas de la talla de la desesperanza (que ya nos advertía Erick From), la soledad, la falta de sentido de pertenencia, entre otros, en el que están sumidas millones de personas o, bien, problemas de carácter político-social como las guerras comerciales, las disuasiones geopolíticas o la falta de preocupación con el tema ambiental.

Las consecuencias a las que se refiere la autora pasan por un evidente vacío en nuestras vidas en donde nada de lo mucho que se tiene satisface, lo cual genera angustia y una notable pérdida del sentido de humanidad. En cuanto a las proyecciones generadas por esas consecuencias están la “ilusión” de poder ilimitado (y el uso irresponsable de esta falacia), la depredación ambiental, el consumismo desenfrenado y, por consiguiente, todas las adicciones generadas las cuales son tanto de carácter psicológico como espiritual.

La solución propuesta: regresar a los orígenes más profundos del espíritu humano, a aquellos valores que primaban lo colectivo por encima de lo individual.

Esta interesante postura tiene una relación directa con quizás la principal meta que cada persona tiene en la vida: ser feliz.

A veces pensamos que la felicidad es algo que depende de la buena suerte, algunos piensan que son merecedores de ella y esperan que aparezca como por arte de magia. Otras personas, quizás, ni siquiera se creen merecedoras de vivir felices.

Puede ser que en el devenir de nuestra vida se nos presenten oportunidades, pero ello no es suficiente ya que hay que favorecer esas oportunidades para convertirnos en personas felices. Si no intentamos ser felices, si no hacemos nada, las probabilidades de éxito en este sentido se reducen a cero.  De ahí la importancia de percibirnos como agentes de nuestra propia felicidad.

Sobre este tema ya tiene algunos años investigando y escribiendo Sonja Lyubimirsky, psicóloga ruso-norteamericana, quien plantea una muy interesante teoría  en su libro “La ciencia de la felicidad”.

Según diversos estudios que ha realizado, el 50% de la felicidad que sentimos depende de nuestros genes y solo un 10% de ella depende de nuestras circunstancias vitales (todo lo que nos ha sucedido en el pasado). Sin embargo, el restante 40% de la ecuación que plantea depende exclusivamente de las acciones que emprendamos diariamente de forma consciente, lo cual quiere decir que casi la mitad de la felicidad que experimentamos depende de lo que hacemos para obtenerla.

La autora llama a esto la "solución del 40 por ciento", lo cual nos conduce a señalar que la construcción de la felicidad sí puede depender de cada persona.

Esto nos permite tener la certeza que podemos llegar a ser felices y que vale la pena esforzarse no por la "búsqueda de la felicidad", porque, según su planteamiento, ni es un golpe de suerte ni es heredable ni tampoco algo que se nos haya perdido.

La felicidad no depende del dinero, ni de cosas materiales ya que esto lo que genera es un estado de alegría momentáneo o, incluso, pueden ser fuentes de infelicidad. Según un estudio que se desarrolló en los EEUU, las personas más ricas de ese país (que ganan más de 10 millones de dólares al año) reconocieron un nivel de felicidad personal apenas ligeramente superior al de los empleados administrativos y los obreros que trabajan para ellos. Por otro lado, se llegó a determinar que el efecto de estar casado o soltero, en cerca de 16 países, no varió el nivel de felicidad en el 25% de las personas casadas y el 21% de las solteras, quienes se definieron como “muy felices” en ambos grupos.

Así las cosas, las circunstancias de la vida como el dinero o el estado civil no son la clave de la felicidad, según sostiene Lyubimirsky.

El verdadero elemento decisivo es nuestro comportamiento.

La verdadera clave no consiste en "cambiar" nuestra genética(de todos modos no lo podemos hacer) ni cambiar las circunstancias de vida de nuestro pasado, sino en ejercer el poder para desarrollar actividades deliberadas que nos hagan felices todos los días.

Tenemos el potencial de poder controlar en un 40% nuestro estado de felicidad, un 40 por ciento de oportunidades para aumentar o disminuir ese nivel a través de lo que hacemos y pensamos.

¿Estaremos en disposición de delegar nuestra felicidad en las circunstancias que no se pueden cambiar ya o no dependen de nosotros o queremos hacer valer el poder que llevamos dentro para decidir ser felices conscientemente?...

 


miércoles, 27 de octubre de 2021

Las competencias DELTA desde la infancia






Por 
MSc. Manuel Chaves Quirós
Especialista en Desarrollo Personal y Profesional
Orientador vocacional

Desde algunos años antes de enfrentarnos a la realidad de la pandemia provocada por el COVID 19 se venía planteando desde diversas organizaciones y entornos laborales algunos de los cambios que experimentaría el mundo del trabajo y que estaban siendo proyectados, al menos, hasta dentro de una década más o menos.

Sin embargo, las circunstancias y las necesidades derivadas de lo que hemos vivido durante ya casi dos años han revolucionado y adelantado muchos de esos cambios derivados, en un inicio pre-pandémico, de la automatización de muchos procesos en la producción de bienes y servicios.

Esta realidad ha generado necesidades en las organizaciones que tanto tienen que ver con la adquisición de habilidades técnicas como también en un conjunto de competencias que van más allá del aprendizaje formal en una determinada área y que tienen que ver con lo que se ha llamado a lo largo de los años “habilidades del siglo XXI”.

Según un reciente estudio del McKinsey Global Institute, del que hace eco la revista digital “Estrategia y negocios” (www.estrategiaynegocios.net)  en un artículo titulado “Competencias laborales más relevantes para abrirse paso hacia el futuro del trabajo”, en los nuevos empleos del mañana (que según el Banco Mundial en el 2025 serán 149 millones) disminuirá la necesidad de habilidades manuales y cognitivas básicas y se incrementará la demanda de competencias tecnológicas, sociales, emocionales y cognitivas superiores.

Esta conclusión general nos tiene que llegar a replantear qué tanto se está haciendo desde la educación formal, especialmente de los niños y las niñas escolares, que se enfrentarán a estas nuevas realidades cuando tengan la edad de incorporarse como personas adultas a una actividad productiva desde el trabajo que decidan desarrollar en su futura elección vocacional.

Existe dentro de los hallazgos de este estudio algo muy interesante: la mayor parte de esas competencias tienen que ver con habilidades en los ámbitos del desarrollo personal-social, en la formación integral que persigue, integradas a las competencias técnicas, formar buenas personas antes que simplemente “trabajadores calificados” en un área específica.

Esta investigación identificó un conjunto de 56 competencias fundamentales comunes para todos los profesionales, independientemente de su actividad y sector, y demuestra cómo una mayor competencia en ellas está asociada con una mayor probabilidad de empleo, mejores ingresos y más satisfacción laboral. El estudio destaca que “para enfrentar el futuro del trabajo, el desarrollo de competencias debe estar orientado a agregar valor más allá de lo que pueden hacer los sistemas automatizados y las máquinas inteligentes, operar en un entorno digital y adaptarse continuamente a las nuevas formas de trabajar y a las nuevas ocupaciones”.

Esas competencias son denominadas “DELTA” ya que a criterio de los investigadores e investigadoras que llevaron a cabo el estudio, estas no son habilidades puras sino una mezcla de habilidades y actitudes. El acrónimo significa “Distint Elements Of TA” (Elementos Distintivos del Talento) y engloba tanto habilidades como actitudes que serán necesarias en los empleos del mañana. 

De esta manera, las DELTA fueron agrupadas en cuatro amplias categorías: cognitivas, digitales, interpersonales y de autoliderazgo. Dichas categorías, a su vez, engloban trece grupos de competencias y en ellos se identifican 56 elementos de talento:

 


Dentro del grupo “Cognitivas” nos podemos encontrar DELTA’s relacionadas a la comunicación(como la facilidad para hablar en público) y  flexibilidad mental(tener creatividad e imaginación por ejemplo), dentro del grupo “Interpersonales” encontramos el desarrollar relaciones(con habilidades como la empatía y actitudes como la humildad) o eficacia para trabajar en equipo(ser una persona colaborativa, habilidad para resolución de conflictos). Por otra parte, encontramos el grupo de “Auto liderazgo” donde se pueden encontrar competencias como la Autoconciencia y la Autogestión(con competencias como el autocontrol y actitudes como la integridad personal) y el último grupo “Digital” que incorpora, entre otras, Desarrollo y uso de software(como programación y uso de datos).

Mediante las encuestas que aplicaron a 18000 personas en más de 15 países lograron encontrar que:

  •      Las competencias más bajas están en dos grupos de habilidades digitales: el uso de software y el desarrollo y comprensión de sistemas digitales. También se encontraron limitaciones en la categoría cognitiva, específicamente, las habilidades para la comunicación, en la planificación y formas de trabajar.
  •         Algunas competencias están vinculadas a la educación. En general, los participantes con un título universitario tuvieron niveles de competencia DELTA más altos, lo que sugiere que estarán mejor preparados para los cambios laborales (de ahí la importancia en seguir insistiendo y haciendo todos los esfuerzos necesarios para mantener dentro de los sistemas educativos a los niños, niñas y jóvenes). Sin embargo, resulta curioso que en muchas competencias de las categorías de autoliderazgo e interpersonales, como «confianza en sí mismos», «hacer frente a la incertidumbre», «coraje y toma de riesgos», «empatía», «entrenamiento» y «resolución de conflictos», no existe tal asociación. Incluso algunos DELTA, como la “humildad”, disminuyen al aumentar el nivel educativo.
  •     Esto nos lleva a replantear la importancia que tiene el incorporar de forma constante y efectiva a las familias para que, al encontrar allí a los primeros y más importantes referentes sociales de esas poblaciones, el trabajo de transmitir de forma adecuada valores y actitudes para la vida en sus hijos e hijas sea un eje fundamental tanto en su educación formal como informal ya que esas competencias inevitablemente permean nuestra capacidad para trabajar y, por supuesto, para vivir. Sin el cuidado en estos detalles todo proceso educativo será incompleto.
  •        Los encuestados con mayores competencias DELTA tienen una mayor empleabilidad.
  •       La competencia digital parece estar particularmente asociada con ingresos más altos. Según el estudio, mayor competencia digital en todas las DELTA digitales implica un 41 por ciento más de probabilidades de obtener un ingreso superior, frente al 30 por ciento para las DELTA cognitivas, el 24 por ciento para las de autoliderazgo y el 14 por ciento para las interpersonales.
  •     La satisfacción en el trabajo se asocia en mayor medida con ciertos DELTA de la categoría de autoliderazgo. Variables como «automotivación y bienestar», «hacer frente a la incertidumbre» y «confianza en sí mismo» son las que demuestran tener el mayor impacto en la satisfacción laboral de las personas encuestadas.
  •    La satisfacción en el trabajo se asocia con ciertos DELTA de la categoría de autoliderazgo. Variables como «automotivación y bienestar», «hacer frente a la incertidumbre» y «confianza en sí mismo» son las que demuestran tener el mayor impacto en la satisfacción laboral de los encuestados. Este último dato traspasa el mundo del trabajo y “toca” las demás dimensiones del desarrollo personal-social gracias a que hablamos aquí de la importancia de la autoestima cuya condición es determinante en nuestro posicionamiento en el mundo y con el mundo.

Este modelo DELTA puede ser un punto de referencia fundamental para que los sistemas educativos puedan incorporar y fundamentar una educación que tanto prepare para la vida como también lo haga de forma mucho más efectiva para el mundo del trabajo de millones de estudiantes, niños, niñas y jóvenes, que actualmente se encuentran dentro de la educación formal en nuestros respectivos países y que serán la fuerza laboral de un futuro que está más cerca de lo que creemos.

Según parte del resultado de la encuesta anual que desarrolla ADDECO en España titulada “Qué voy a hacer de mayor” del año 2019, dirigida a niños y niñas entre los 4 y 16 años, más de un 39% de ellos y ellas consideraban que “conseguir trabajo era difícil”. Esta percepción que manifiestan acerca de un mundo del trabajo del cual aún no forman parte, nos lleva a pensar en la importancia del estudio de McKinsey tanto en lo que respecta a la necesaria permanencia dentro de los sistemas educativos como en la necesaria mejora cualitativa de los mismos. Obviamente conseguir trabajo, tal cual lo perciben, puede resultar una empresa difícil especialmente en un momento como este en el que apenas estamos comenzando a superar la pandemia, pero sin duda lo será más si no se continúa estudiando y preparándose para ese momento tanto en la formación general como en el desarrollo vocacional cuyas especificaciones y cumplimiento de tareas vitales preparan precisamente para ello. 

Desde la infancia, con el concurso de las escuelas y las familias, se deben coordinar procesos (más que esfuerzos) encaminados a acabar con la deserción escolar, entre otras cosas, haciendo hincapié en la necesidad de seguir estudiando, avanzar, esforzarse y superarse para huir del conformismo, la autoindulgencia y la falta de visión personal. Entender la importancia de la inversión de sí mismos mediate la educación para así cultivar nuestra personalidad y construir lo que llamo nuestra “simbiosis vocacional unilateral”. 

En Costa Rica tenemos cerca de 150 000 jóvenes entre los 15 y 29 años que no estudian ni trabajan (esta es la realidad de nuestro fenómeno “ninis”) y es una tendencia que debemos de revertir urgentemente en nuestros países tanto para lograr que muchos de ellos y ellas se integren productivamente en la sociedad como también para que los niños y niñas que hoy están en la escuela continúen su proceso educativo desde una visión personal alentadora, motivante y posible.

Nos encontramos en el próximo artículo 😉 

Para las personas que deseen darle una mirada al estudio completo acá el link: 

https://www.mckinsey.com/Industries/Public-and-Social-Sector/Our-Insights/Defining-the-skills-citizens-will-need-in-the-future-world-of-work

 

 

 


miércoles, 29 de septiembre de 2021

STEAM en la infancia: orientación integrada e integradora

 

Por MSc. Manuel Chaves Quirós
Especialista en desarrollo personal y profesional-orientador vocacional

Fue sumamente curiosa y sui generis la manera en que nació este artículo.

Para empezar, no era este el que iba a comenzar a escribir sino otro (que estará listo en pocas semanas, por cierto) que tratará la importancia de la comunicación docente-estudiante-docente tanto para estimular el éxito escolar como para establecer que la comunicación más adecuada entre estos dos actores educativos puede influir positiva o negativamente en el desarrollo de la vocación y el proyecto de vida de niños, niñas y jóvenes.

Resulta así: en la madrugada del 15 de setiembre pasado, a eso de las 3:50am, la naturaleza me indicó que tenía que ir a vaciar mi vejiga. Esto sueña sencillo, pero a la altura de la vida en que estoy, y no sé si esto será común para todos los cincuentenarios, me pasa que luego me cuesta volver a conciliar el sueño. Esto es realmente molesto.

Por esta razón, decidí volver al ritual que había implementado durante el inicio de la pandemia: relajarme escuchando al pintor estadounidense Bob Bross mientras explica la forma en que poco a poco y paso a paso iba pintando sus extraordinarios paisaje imaginarios repletos de montañas, árboles, ríos y flores, en ese conjunto extraordinario de figuras-fondo que te hacen meterte de lleno en esos lugares tranquilos y apacibles. El cuadro que pintó, llamado "Isla en el desierto", fue una danza de colores y formas que transmite tanta serenidad y belleza que, simplemente, quedé embelesado. Quizás por esa razón la estrategia para quedarme dormido no dio resultado. Así que, casi de inmediato, pasé al plan B: escuchar “Cosmos” de Carl Sagan.

Lo hice en el capítulo 8  “Viajes a través del espacio y el tiempo“ y da la casualidad que me sucedió lo mismo. En esas explicaciones, cuyo esfuerzo, perspicacia y claridad por parte de este inolvidable divulgador científico y escritor nos hace acercarnos a la comprensión de la complejidad y significado del universo.

Escuchar a ambos durante esa madrugada en mi cama y con la luz apagada me involucró en la construcción de las imágenes que sus extraordinarias explicaciones y voces evocan y, a diferencia de las otras ocasiones en que hice lo mismo, me incentivaron a intentar establecer las conexiones existentes entre la ciencia y el arte.

Acto siguiente, ya me tenía que levantar para iniciar mi periplo diario, pero sorpresivamente no me sentía trasnochado con falta de sueño. Nomás bajando las escaleras para hacerme una taza de café me cautivó la estampa de un amanecer hermoso, estimulante y revelador(cuya fotografía acompaña este artículo): un sol radiante que ya se estaba asomando en el horizonte dilatado por un grupo de nubes, un cielo azul profundo en donde un gavilán extendía sus alas para surcarlo y, sobre el suelo fértil al lado occidental de Cartago los sembradíos de tomate que están detrás de mi casa protegidos por las largas y delgadas lonas que marcan una forma moderna para mejorar su cosecha. Todo eso, junto, fue arte y ciencia aplicada a la realidad de lo que observaron mis ojos.


Gracias a todo esto que me pasó pude comprender que la ciencia y el arte son cosas indisolubles y que una complementa a la otra. Si bien es cierto a través de cada una de estas áreas la humanidad ha intentado comprender todo aquello que le rodea, también es cierto que le han permitido determinar la relación espiritual que hay en cada una de sus expresiones.

Sagan cuando nos habla de las galaxias, del big bang, de la formación de las estrellas y Bross a través de sus manos, sus pinceles y sus colores nos ayudan muy bien a comprender esa relación. Cada uno de ellos, en su forma particular de concebir el mundo y el universo, en la aparente “diferencia” de visiones, nos regalan un denominador común: entender que somos parte de la vida, que somos uno de esos hilos y que tenemos una gran capacidad para entender, crear y transformar. Una capacidad que llevamos dentro de sí mismo desde el mismo momento en que fuimos creados hace miles de millones de años en aquel estallido que dio inicio al universo porque somos polvo de estrellas.

Si desde ese mismo preciso instante en que el universo dio inicio con la “partícula de Dios” y fue creando planetas, soles y galaxias que aún hoy se siguen formando, si el universo encierra una capacidad intrínseca de crear, también nosotros que somos un “microcosmos” la tenemos. Es algo inevitable y es la forma por la cual la humanidad ha subsistido y mejorado su andar por el mundo desde hace ya más de 400 000 años atrás en que los primeros neandertales comenzaron a aparecer y a desplazarse por lo que conocemos hoy como Europa y Asia.

Nuestra evolución siempre estuvo marcada de forma especial por lo que nuestros ancestros fueron aprendiendo, la tecnología que fueron creando y el arte con el que intentaron plasmar la comprensión interna de la existencia.

El ser humano es como el big bang, nos dice el escritor Álvaro Cedeño, ya que desde que nace tiene un cúmulo de posibilidades para llegar a ser, si así se lo propone. Ese es el denominador que encontramos en las ciencias y en el arte, es la parte central dentro del paradigma integral del desarrollo humano que debe privar en la formación de las actuales y futuras generaciones y que debería responder a los desafíos que como humanidad tenemos para este siglo XXI.

Si logramos de una u otra manera sincronizar todas las áreas del conocimiento, cuyo eje central sea el desarrollo del espíritu humano, habremos logrado la tarea fundamental en la formación y no solo en la instrucción de las personas del nuevo siglo y esto, indisolublemente, afecta una de sus actividades más relevantes y, precisamente, más transformadoras: el trabajo.

Si queremos a más personas preparadas e integrales y a menos tecnócratas que degraden el mundo del trabajo es preciso entonces recuperar esa visión integral y cósmica del ser humano tal y como lo planteaba Eric Fromm cuando escribía que:

“…nos encontramos en una encrucijada: un camino nos lleva
hacia una sociedad completamente mecanizada,
en donde el hombre será el desvalido diente de un engranaje de la máquina…
el otro conduce a un renacimiento del humanismo y la esperanza,
a una sociedad que pondrá la técnica al servicio del bienestar…”.
 

Desde inicios de esta segunda década del siglo se ha ido fortaleciendo (aún más) la revolución tecnológica que, día tras día, sigue impactando en todas las áreas no solo de nuestro quehacer sino algo más allá. Esta revolución que ya no toca las puertas de nuestras casas, sino que está ya dentro de ellas, se pensaba de una forma más parecida a una película de ciencia ficción en el siglo XX y me atrevo a decir que hasta más “deshumanizada”. Pero algunos pronósticos en este sentido no se han cumplido, al menos aún, gracias a que hay una fuerte tendencia que, a pesar de señalar la importancia de la innovación tecnológica, también señala de forma contundente que esta debe de ir acompañada de un fuerte componente en donde la calidad de vida de las personas sea el objetivo final de los recursos y avances que se van superponiendo.

La formación STEM no iba necesariamente encaminada en el paradigma de la formación integral hasta que alguien tuvo la lucidez de pensar que las artes no solo complementaban esa formación, sino que la enriquecían con aquellas actividades propias de un área en donde el espíritu, la sensibilidad, los sentidos y los sentimientos representan su más íntegro germen de creación. Así, STEM se convirtió hoy por hoy en STEM+Arts lo que le ha recuperado a esa tradición tecnológico-científica del quehacer humano su alma, su espíritu, sus valores.

"El Arte es el Rey de todas las ciencias
a la hora de comunicar conocimiento
a todas las generaciones del mundo"
                                                                        Leonardo Da Vinci

La irrupción de la “A” en el ahora renovado acrónimo STEAM es algo que va más allá del concurso objetivo de todas las artes en su relación con las ciencias (y no únicamente las artes plásticas, por cierto) ya que el arte encierra en sí, en cada obra de teatro, música, escultura, pintura y demás, los más altos valores del espíritu humano, la expresión de aquello que mueve los cimientos del alma y que, a la vez, la retrata.

Pero esto va más allá de agregar “Arts” al acrónimo.

Desde la primera conferencia mundial STEAM en Barcelona en el año 2015, diversos especialistas invitados a hacer sus exposiciones sobre el tema ya planteaban un cambio sustantivo para los procesos de formación educativa y abogaban por huir de la simplicidad de programas de estudio separados como islas independientes para pasar a programas de estudio integrados en donde las disciplinas o áreas no estén segmentadas sino que mediante la estrategia del aprendizaje por proyectos las asignaturas se integren para que los estudiantes y las estudiantes apliquen los conocimientos para la resolución de problemas, tal y como se hace en la vida cotidiana y con el concurso de las humanidades, como lo planteó en esa cita Cindy Johanson de la “George Lucas Educational Fundation”.

La antigua concepción que plantea una dicotomía entre las ciencias, la tecnología, las humanidades y las artes es algo que poco a poco se va superando para dar paso a un paradigma más integral. Tanto el científico como el artista trabajan para resolver problemas, investigan y, algo trascendental en el mundo del trabajo autónomo y emprendedor actual, reconocen el fallo como algo necesario para aprender y mejorar (y nos enseñan con esto que es preciso enseñar a niños, niñas y jóvenes que fallar es necesario en vez de hacer lo que sucede aún en nuestros sistemas educativos: castigarlo).  Al respecto, Elías Amor, presidente de la Asociación Española para el fomento de las políticas activas de empleo y las cualificaciones, señala que “sería deseable…que en la escuela elemental y secundaria se dejasen definitivamente atrás las percepciones tradicionales de ´alumnos buenos en matemáticas y buenos en artes´...Ambos deben adquirir competencias digitales, humanísticas y sociales para sentirse cómodos en la nueva sociedad de la información y el conocimiento…”.

El valor de las aportaciones de todas estas es más necesario que nunca en medio de la construcción y reconstrucción de nuestra sociedad y del mundo del trabajo que, debido a la pandemia, aceleró cambios que esperábamos en algunas décadas más allá.


martes, 31 de agosto de 2021

La influencia de nuestra madre en el desarrollo de la vocación

 


Por MSc. Manuel Chaves Quirós
Especialista en desarrollo personal y profesional-orientador vocacional

Es difícil separar la influencia del padre y la madre en cualquier aspecto de la vida y de nuestra personalidad ya que los grupos familiares son un todo que se puede reestructurar una y otra vez, dinámicos y sistémicos. El desarrollo de la vocación es uno de ellos.

Para la especialista en orientación vocacional, Claudia Messing, los padres y las madres siempre van a influir en la elección vocacional de sus hijos e hijas ya que hacen posibles aprendizajes; vivencias y proporcionan modelos en los cuales identificarse. Para ella, lo que no es posible presagiar es cómo se va a manifestar esa influencia ya que cada persona es quien hace su propia combinación de esos aportes, lo que llama su “síntesis personal”. Al respecto, nos señala que:

“Esto tiene que ver con los procesos de identificación, que nunca son predecibles
de antemano, ni objeto de la manipulación, sino que se descubren a posteriori,
una vez que se han producido…Nuestros hijos van tomando y recreando rasgos nuestros,
características de personalidad, modalidades de resolver o encarar problemas,
habilidades y limitaciones. Pero lo interesante y maravilloso es que estos procesos de identificación nunca son lineales ni mecánicos, siempre son originales y propios de cada sujeto”
.

Ahora bien, en estos procesos de identificación con las figuras adultas más significativas, en donde también podríamos encontrar a abuelos, abuelas, tíos, tías y hasta personajes de nuestros barrios que no necesariamente formaban parte de nuestra familia, bien vale la pena el ejercicio de intentar visualizar su influencia para atomizar y, a la vez, valorar en toda su dimensión el papel de esas personas significativas.

La verdad, no pensé que escribir este artículo se me dificultaría de la forma en que lo hizo. Lo primero que me sucedió fue el retraso inesperado en su publicación (yo quería que fuera antes del 15 de agosto “Dia de las madres” acá en Costa Rica) desgraciadamente “gracias” a un quebranto de salud que envió al hospital a mi madre (por dicha ya se encuentra mucho mejor).

Desde ese día y hasta el 20 de agosto, mientras ella se recuperaba de su dolencia estomacal, no  tuve ni la lucidez ni las ganas para escribir absolutamente nada.

El segundo retraso para escribir este artículo que había prometido desde el momento en que publiqué “La influencia del padre en el desarrollo de la vocación” se ha debido a la dificultad de encontrar textos específicos que nos hablen de este tema.

"...a lo largo de la historia de la humanidad 
se le ha dado a la mujer un papel “secundario” 

Mi madre ya es una señora de casi 70 años, con muchos factores de riesgo y tiernamente testaruda hasta la médula. De ella he aprendido infinidad de cosas que han marcado mi vida profesional y personal en muchos aspectos. En primera instancia, esa misma testarudez, lo cual me ha ayuda a que cuando me he planteado alguna meta luche hasta la última gota para intentar alcanzarla. Segundo, su capacidad de trabajo y tesón que la llevó hace ya muchos años a emprender una pulpería y una pyme de ropa tejida que, con el apoyo de mi padre que hacía de socio y distribuidor, nos permitió vivir mejor en la época de mi adolescencia a mis 3 hermanas, mi hermano y yo y sortear, de esta manera, una vulnerabilidad económica que no nos dejará seguir adelante en nuestros estudios. Y, tercero, sus agallas para vivir. Mi madre tuvo una vida muy dura desde que era una niña en los recónditos cerros del Doán hacia el este de la tercera provincia en importancia del país, Cartago, en un pueblecito que conservó su nombre originario: Urasca. Ella tuvo la resiliencia suficiente para vivir en medio de la pobreza extrema, un padre casi ausente que estaba más en la cárcel por fabricar licor de contrabando que en la casa, una madre alcohólica y una fila de 7 hermanos y hermanas menores. Vivió en carne propia la muerte de su 8va hermana la cual falleció en sus propios brazos mientras, por la ausencia de su padre, la llevaba a la única clínica que existía en el pueblo más cercano (a unos 8 kilómetros de distancia). Cuando ella me contó esta experiencia siempre la imaginé descalza, con su hermana en brazos, en medio del estrecho camino entre los cerros y el río Reventazón. Sinceramente, no me imagino su angustia e impotencia y su dolor al llegar con su hermana muerta a las afueras de la pequeña clínica. En las lágrimas que recuerdo bajaban de sus mejillas mientras nos contaba este relato hace ya algún tiempo no paraba de mirarla en una suerte de compasión, respeto y admiración a la vez. Me decía a mí mismo ¿Cómo llegó a ser para nosotros la madre que ha sido en medio de tanta desgracia?. Luego, ya casada con mi papá, tuvo que experimentar la muerte prematura de su propia madre, otro de sus hermanos y el abandono absoluto de su papá quien, de forma irresponsable y despreciable, la dejó a cargo de su hermana y hermano menores de edad. Mi hermana Gabriela y yo ya éramos los primeros hijos de su propio matrimonio, ella con 3 años y yo con 2 años, respectivamente.

Pero como bien se dice, ella siempre fue una mujer que supo ponerle el “pecho a las balas” y junto a un verdadero compañero de vida que ha sido mi padre, salió adelante y supo aceptar esas cosas como parte de la vida. Es allí donde radica su papel principal en cuanto a mí: es un verdadero modelo de actitud hacia la vida.

El papel que juega una madre en el desarrollo de sus hijos o hijas no es igual que el del padre que ya traté en el artículo anterior en el mes de Julio. Por supuesto, existen muchas similitudes a nivel de la imitación que hacemos de las actividades que realizan nuestras personas adultas más significativas durante nuestra vivencia en la subetapa de fantasía. Pero la gran diferencia que se da es que el rol materno inicia desde la satisfacción de las necesidades más básicas que tenemos desde el mismo momento en que somos concebidos y nos convertimos en huéspedes dentro de sus vientres. Nuestras primeras necesidades de alimentación, cuidado, cariño y bienestar emocional las vemos satisfechas allí y nos marcarán a lo largo de nuestra vida.

Para el pediatra Donal Winnicott, la madre cumple una función de “handling”. Este término se refiere al servicio de asistencia que se brinda a los aviones en tierra para que, una vez realizadas todas las operaciones terrestres requeridas(asistencia técnica, combustible, carga y descarga, entre otros) estos puedan partir y funcionar adecuadamente durante su trayecto. En otras palabras, son todos aquellos servicios que les permiten “alzar vuelo”. Pues bien, en el caso de nuestras madres, ese servicio de “handling” sería el equivalente al “sostén del yo” desde los inicios de la maternidad.

"Aunque aún quedan muchos “techos de cristal” 
por romper, parece ser que los cambios cada día 
serán más palpables..."

Sin embargo, a pesar de la importancia radical de esos cuidados maternales, a lo largo de la historia de la humanidad se le ha dado a la mujer un papel “secundario” tanto en la vida pública como privada y se ha delegado casi exclusivamente su labor a la satisfacción de las necesidades básicas y el cuido a lo interno de la familia, lo que ha provocado que no haya una verdadera oportunidad de desarrollo en otras áreas.

En una interesante investigación realizada en Colombia a efectos de analizar los proyectos de vida de las mujeres que trabajaban en el programa de Madres Comunitarias, cuidando niños y niñas de otras mujeres que se han insertado en el ámbito laboral local, quedan plasmadas algunas de estas consideraciones.

Se quiso conocer acerca de lo que soñaron ser de grandes para identificar elementos que hicieron parte de la formación de su vocación. Sin excepción se logró determinar que, desde niñas, la formación de sus identidades fue sensible al cuidado y los servicios de los demás. Las profesiones con las cuales las mujeres relacionaron sus proyecciones de vida en la infancia fueron especialmente la enfermería y la docencia. Algunas soñaban con salvar vidas y otras con educar niños, roles cuya responsabilidad se ha asignado tradicionalmente a las mujeres. Según algunas de las conclusiones del estudio:

“la vocación de las mujeres estuvo influida por los procesos de socialización de sus familias,
 a través de los cuales seguramente, se les formó para el cuidado y la atención de otros.
En todo caso, los prejuicios anclados en el machismo alrededor de las capacidades de las mujeres para dedicarse solamente a la vida privada han marcado las metas,
expectativas, sueños y alcances de aquellas; escenario en el cual las relaciones de género
 están presentes de manera transversal.”

En el relato de una de las participantes del estudio identificada como “Marisol”, se pone en evidencia la influencia de las relaciones de género al interior de su familia: “Mi papá en ese tiempo decía que las mujeres terminaban hasta cierto punto y que de ahí no podían superarse más. Porque las mujeres eran las que tenían que casarse, formar un hogar, cuidar del esposo y de los hijos”.

Por fortuna, señala el estudio, los procesos de incorporación de la mujer a la vida pública a través del mercado de trabajo, la educación, la política entre otras, han ido cambiando los imaginarios femeninos y masculinos con respecto al desarrollo de la mujer fuera de casa. En la actualidad, cada vez hay más personas que cuestionan ese “status quo” y por ello se viene dinamizando poco a poco las relaciones entre los hombres y las mujeres, especialmente en las generaciones más jóvenes.

Aunque aún quedan muchos “techos de cristal” por romper, parece ser que los cambios cada día serán más palpables en este sentido.

Visto de esta manera, parece que el papel de las madres en cuanto a su influencia en la vida de los hijos e hijas viene dando un giro que, lejos de circunscribirse en unifactorial, es multifactorial ya que no toca únicamente la identificación que puedan sentir estos con sus labores profesionales cada vez más comunes sino en el complemento con las demás características que han formado parte de su influencia en nosotros. Así que podríamos determinar que estamos ante la presencia de una influencia marcada por la identificación de un rol profesional y, además, de las actitudes propias emanadas del rol tradicional que siguen desarrollando en sus familias.

Algunos de estos cambios se vienen manifestando a partir de la irrupción de la generación X y se ha ido fortaleciendo con los cambios que ha impuesto la generación Millenial y que será aún más palpable a partir del empuje de la generación Z. Sin embargo, queda aún trabajo que hacer para terminar de dar los pasos requeridos para que la gran mayoría de las mujeres pueda alcanzar proyectos de vida que vayan más allá de la tendencia de trabajar para “los otros” y más enfocados en alcanzar ocupaciones con un componente mayor de autorrealización en otras áreas tradicionalmente ocupadas por hombres.

En la encuesta anual de la fundación ADDECO de España de agosto del 2020 denominada ¿Qué quiero ser de mayor? y dirigida a niños y niñas en edad escolar (entre los 4 y 16 años), los resultados obtenidos seguían mostrando una tendencia marcada por la influencia de los roles tradicionales. La encuesta de Adecco nos refleja que existen pocos cambios en las ocupaciones preferidas y que se han manifestado ya en las encuestas de años anteriores y algunas de ellas se presentan en mayor medida marcadas por la pandemia de COVID19. Por ejemplo, en cuanto a las preferencias por género, a pesar de que hay coincidencias en áreas como la salud y educación, las áreas de tecnología o ingeniería (que aparecen tímidamente en el top 10) solo fueron escogidas por los varones.

Este dato hay que verlo con ojos muchos más críticos y amparados a lo que sucede en estos momentos en el mundo y darnos cuenta que aún la socialización en la que están siendo educados niños y niñas refuerzan de alguna manera ciertos estereotipos que, en el plano del desarrollo vocacional, marcan diferencias que profundizan la desigualdad de oportunidades y de desarrollo.

Sin embargo, no debemos de quedarnos allí ya que se van dando pasos muy importantes en donde la influencia de las madres, que de por sí es muy fuerte en cuanto a valores y actitudes, se está viendo complementada en la identificación con las ocupaciones que están ejerciendo muchas madres en la actualidad.

"...las madres que trabajan fuera del hogar 
tienen una influencia positiva en la crianza" 

En un estudio al que hace mención el diario El País (España) en enero del 2020, publicado originalmente en la Revista Gaceta Sanitaria, se determinó que el nivel académico de la madre y el trabajo del padre pesa en el desarrollo cognitivo de sus hijos e hijas. Ahora bien, Llúcia González, una de las investigadoras, señala que esta correlación se da en parte a que en el caso del hombre el mundo laboral-profesional suele ser más estable mientras que, en el caso de la madre, se puede haber visto interrumpido por la maternidad y la necesidad de dedicarse a la crianza. Si en nuestra sociedad se lograra brindar mejoras para que las mujeres puedan desarrollarse laboralmente en igualdad de condiciones veríamos que muy probablemente esa influencia del nivel académico (que en muchas ocaciones supera a las de los hombres) se complementaría con la identificación de los hijos o hijas al ver a sus madres desarrollándose plenamente en el mundo del trabajo con esa formación y con sus habilidades complementarias. Un papel fundamental lo puede lograr aquí también el desarrollo de una formación y una educación en donde la masculinidad sea asumida de una forma diferente y en términos de equidad de género no solo en cuanto a las oportunidades de desarrollarse sino en la de asumir las responsabilidades propias de la crianza y del hogar.

Otro interesante estudio comprueba que esto es así: investigadoras de la Escuela de Negocios de Harvard utilizaron datos de una encuesta llamada “La familia y el cambio en los roles de los géneros y en la que se entrevistaron a 13.326 mujeres y 18.152 varones procedentes de 24 países, entre los años 2002 y 2012. A pesar de que en el estudio se comprobó que las mujeres siguen trabajando más horas en el cuidado de sus familias que los hombres, lo que demuestra que la desigualdad en el hogar continúa siendo un fenómeno muy arraigado, también comprobaron que las mujeres con mayores ingresos procedían de hogares con madres trabajadoras. Kathleen McGinn, directora del estudio, afirma que “pocos factores han demostrado tener mayor influencia para reducir la desigualdad de género que el hecho de ser criado por una madre trabajadora, y añade que los resultados de su investigación sugieren que el que ambos progenitores tengan empleo no solo favorece la economía doméstica, sino que enseña a los hijos que la labor y la contribución de los dos miembros de la pareja tienen la misma importancia”.

El principal hallazgo de este estudio establece que las madres que trabajan fuera del hogar tienen una influencia positiva en la crianza ya que es más probable que sus hijas consigan un buen empleo en el futuro y sus hijos colaboren en las tareas de la casa y el cuidado de la familia.

A propósito, viene al caso ilustrar el caso del gran cantante, compositor, actor, político y abogado panameño Ruben Blades cuando habla de su madre y su abuela.

Sobre su progenitora señala:“Mi madre fue una influencia determinante. Me orientó hacia el arte con su talento, pues ella cantaba y tocaba muy bien el piano con el que se acompañaba”.

Cuando ella supo que Rubén iba dar el salto a la música, le dio algunas sugerencias que terminaron marcándole parte de su camino. Según cuenta, “me recomendó que estudiara y aprendiera un oficio que me permitiera una seguridad, pues la vida del músico era muy difícil. Después de graduarme tendría mayores opciones para decidir qué dirección tomar”. Así se terminó graduando en derecho y ciencias políticas tanto en la Universidad de Panamá(1974) como en la Universidad de Harvard(1985). 

En un extracto de las entrevistas donde habla acerca de este tema, publicadas en El País,  señala en específico lo que lo influyó también de su abuela:

“¿Qué recuerdos tiene de esa abuela tan querida?

Me dio todos los impulsos iniciales hacia la comprensión de la justicia social, la educación, la política, el respeto hacia los demás. Estos principios surgen de su tutela, que empieza por enseñarme a leer a los 4 años. Me entregó el poder de la lectura, lo cual me definió como persona, para siempre.

¿Cómo era su abuela?

Fue maestra, rosacruz, escritora, luchadora por los derechos civiles de la mujer, dos veces divorciada, graduada de secundaria en una época en que muy pocas mujeres iban a la escuela. Practicaba el yoga en los años 1940 y 1950, era poeta y pintora. Envió a la escuela a sus hijas mujeres y a los hombres los educó en casa. Ella me reveló, a los 5 años, que la muerte existía como una realidad inaplazable. El primer regalo que me hizo fue un poemario…”

¿En qué creía su abuela?

En la educación, en la formación como una forma de producir el avance espiritual, para tener libertad psíquica. Ella no vivía para trabajar solamente. El trabajo le daba independencia económica y con ello no depender de los hombres. Encaraba el trabajo como una oportunidad de crecer, a su propia manera y en sus propios términos.

Así, otra vez, yo le pregunté si éramos pobres. Me respondió que por qué le preguntaba eso y yo le dije: “Bueno, porque veo que hay cosas que nosotros no tenemos ni podemos comprar”. Y ella me contó: “No, mira, nosotros no somos pobres, nosotros lo que pasa es que no tenemos dinero”. Y yo: “Bueno, ¿no es lo mismo?”. “No, no es lo mismo”, me dijo, “pobre es el que no tiene intelecto ni espíritu, pobre es el ignorante…”

Los valores en las palabras y enseñanzas de su abuela trascendieron su vida y, a la vez, transversalizaron todo lo que Blades ha desarrollado en su vida laboral y artística.

La influencia de la madre es parte de un compendio de atenciones desde nuestra propia concepción en todos los sentidos (alimentación, protección, cariño, neurodesarrollo y demás) que a lo largo de la vida nos va a acompañar. Su influencia en el ámbito de nuestra vocación ha estado permeada especialmente por esto y por el desarrollo de habilidades que podríamos enmarcar dentro del desarrollo de la inteligencia emocional y las habilidades blandas pero que, hoy por hoy, poco a poco, están siendo complementadas por la identificación con actividades en el campo laboral y profesional que ya forman parte del proceso de emancipación de la mujer.


jueves, 29 de julio de 2021

El juego, el neurodesarrollo y la vocación en la infancia

                                                                                   Fuente: www.hogarmania.com

    MSc. Manuel Chaves Quirós
     Especialista en desarrollo personal y profesional-Orientador vocacional

Según establecen diversos estudios, cuando los niños y niñas juegan con sus referentes adultos más significativos, en especial sus padres y madres, esto les genera una serie de beneficios relacionados con su neurodesarrollo. Precisamente, el neuro pediatra español Manuel Antonio Fernández señala que, de los recuerdos que guardamos con mayor consciencia de la etapa de nuestra infancia, los juegos con nuestros progenitores son los que mantenemos casi imborrables en nuestra memoria, incluso, actividades que sin ser un juego en sí mismas y que nos generaron algún aprendizaje hasta hoy en día como, por ejemplo, aquella receta que nos enseñaron, el aparato electrónico que ayudamos a reparar (aunque solo entregáramos la herramienta que nos pedían) o bien aquella planta que nos enseñaron a sembrar. Bien lo escribió y cantó Alberto Cortés:

“Mi madre y yo lo plantamos
En el límite del patio
Donde termina la casa.
Fue mi padre quien lo trajo
Yo tenía cinco años
Y el apenas una rama 
………. 
Aquel que brotó y el tiempo pasó
Mitad de mi vida con él se quedó
Hoy bajo su sombra que tanto creció
Tenemos recuerdos, mi árbol y yo…”

Y que lo diga este extraordinario cantautor argentino cuya experiencia en ese juego de sembrar un árbol, muy probablemente con algunas experiencias más a lo largo de su vida, le terminó marcando un camino hacia su faceta más conocida de cantante y poeta con una gran sensibilidad hacia las cosas más simples de la vida.

Cuanto más juegue un niño o niña con sus principales referentes esto provocará una mayor estimulación de sus sentidos y, por ende, una madurez cerebral óptima.

Es preciso señalar, eso sí, que no todos los juegos estimulan de la misma forma el cerebro, por lo que hay que hacer una diferenciación. El neuro pediatra Fernández nos plantea la diferencia entre aquellos que realmente estimulan y aquellos que provocan sensación de estímulo. Estos últimos son los que comúnmente relacionamos a la virtualidad, los video juegos y demás dispositivos electrónicos. Si bien es cierto estimulan de alguna manera nuestros cerebros, no son necesariamente los mejores para ayudar a este importante órgano a madurar y crear las mejores conexiones neuronales para su adecuando crecimiento, con sus consecuentes aportes al desarrollo de habilidades psicomotoras, de pensamiento, capacidad de aprendizaje, entre otras.

Los juegos que mejoran la estimulación cerebral son aquellos que combinan actividades lúdicas con actividad física y de pensamiento (desarrollo de la curiosidad, exploración, relación entre diferentes cosas, etc). Algunos beneficios de este tipo de juegos se resumen así:

·       Desarrollan la imaginación y la creatividad

·       Facilita la liberación de estrés

·       Diversifican la rutina diaria

·       Desarrollan habilidades motoras, cognitivas, sociales y emocionales

·      Favorecen la estructura, el cumplimiento de normas y las reglas de funcionamiento que son necesarias tanto para el aprendizaje académico como el desarrollo de habilidades sociales, esto especialmente en la primera infancia.

·   Al producirse las sustancias que hacen de neurotransmisores entre las células se ayuda a regular los estados de ánimo

Por otra parte, también se recomiendan aquellos juegos que estimulan el pensamiento como los juegos de mesa (Gran Banco, naipe, ajedrez, tablero, entre otros) o todos aquellos que tienen que ver con razonamiento abstracto, mecánico o de memoria. Las manualidades también están dentro de este grupo (como aprender a cocer, hacer figuras con barro, jugar con arena) las cuales mejoran la motricidad y estimulan la imaginación.

Las interacciones de calidad entre los niños, las niñas y sus personas adultas significativas resultan fundamentales para alcanzar un desarrollo óptimo, señala María Caridad Araujo de la División de Protección Social y Salud del BID. Sin interacciones de calidad, de estímulo, de juego y de respeto no es posible que el cerebro en crecimiento pueda aprovechar todo su potencial en las etapas de la niñez en donde se puede lograr un mayor crecimiento.

En la medida en que nuestro cerebro crece mediante la sinapsis neuronal, provocada por la producción de sustancias como las endorfinas y la serotonina que sirven de neurotransmisores entre las células, así vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida habilidades e intereses gracias a ese  contacto con nuestro entorno que permite la mejor asimilación de las experiencias, el cumplimiento de tareas de desarrollo y la generación de una mayor autonomía que se verá expresada en la toma de decisiones vitales. Esto que se llama “arquitectura cerebral” marca el desarrollo integral a lo largo de nuestra vida y, por supuesto, nos ayuda a ir construyendo un aspecto fundamental de la personalidad: nuestra vocación. Y aquí el juego también cumple un papel fundamental en nuestra infancia.

Para el psicólogo Jean Chateau, quién escribió sobre el juego infantil desde la década de 1950 , “la persona no está completa sino cuando juega”. Esto es particularmente interesante ya que su teoría, que a día de hoy sigue siendo referencia para el desarrollo infantil, se basa en la afirmación de que cuando un niño o niña juega lo hace para acercarse poco a poco a un mundo adulto al que aspira alcanzar en algún momento. De ahí que muchos de los juegos que practicamos en nuestra infancia y que observamos en los niños y niñas que tenemos a nuestro alrededor son representaciones de aquellas actividades adultas con las que se sienten, o nos hemos sentido, más identificados con respecto a nuestras personas adultas más significativas.

Sin el juego no se puede hablar de desarrollo infantil. Esta es una condición “sine qua non” de esa etapa del desarrollo que debe transversalizar todas las actividades en que participan en su proceso de socialización que, por supuesto, incluye a la familia y la escuela. 

La actividad de jugar inicia desde el mismo momento en que nacemos. Según reseña Chanteu(1958), el investigador Ch. Bühler descubrió que las llamadas “actividades espontáneas del juego”  llegan a ocupar, hacia el primer año de vida, las dos terceras partes del tiempo en que los bebés permanecen despiertos. Según sus mediciones, mientras que durante el primer mes de vida esos primeros juegos llegan a tener solo una duración de 24 minutos al llegar a los doce meses esa cantidad sube hasta los 460. Es decir, conforme el niño o la niña va creciendo y su tiempo de actividad es mayor, así va aumentando también el tiempo que le dedica al juego.

Una vez en la etapa escolar, a partir de los 4 o 5 años y en las edades subsiguientes, el juego lúdico representa el medio fundamental para la autoafirmación, el desarrollo de una serie de habilidades físicas, sociales y emocionales y, por supuesto, de la autoestima.

Los primeros juegos que se experimentan iniciando la infancia temprana se conocen como “juegos funcionales” los cuales se centran, principalmente, en el movimiento de manos, antebrazo y luego de los tres meses y medio de vida, el brazo completo. Le siguen los juegos “hedonistas”, donde el niño o la niña buscar procurarse placer haciendo ruidos o tocando texturas que le provocan una sensación táctil (de ahí que comúnmente se les coloca en sus camas objetos que al tocarlos suenan o encienden alguna luz, peluches o similares con diferentes texturas o bien los muy conocidos “móviles de cuna”). Posteriormente, aparecen los juegos de “exploración” (que incluyen juegos con su propio cuerpo, con el de los otros, juegos de arena, juegos con los animales, etc). Seguido, aparecen los juegos de “destrucción”, “desorden y arrebato” que tienen que ver con una forma diferente de explorar el entorno y desarrollar habilidades físicas desde la inclinación a destruir algo (acá podemos citar el juego con un bastón o una rama para golpear la hierva que está alta, romper objetos como botellas o panales de avispas con una piedra-como lo hacía yo -romper ventanales viejos, tirar piedras en un río o lago, etc). En los de “desorden o arrebato” podemos encontrar circunstancias asociadas a la expresión de alguna incomodidad o enojo por lo que se podría citar aquí momentos en donde un niño le pasa por encima al castillo de arena que otro construyó, o aquella niña que en un circulo jala fuerte la mano de sus compañeros para que se suelten o cuando algún chico rompe intempestivamente una fila, y juegos en solitario como bajar una pendiente a todo pulmón o girar hasta caer, etc. 

Los juegos “figurativos” (también llamados “simbólicos” o “de imitación”) son los siguientes en la lista de tipos de juegos que se desarrollan durante la infancia. Estos se refieren al desarrollo de la capacidad para imitar situaciones de la vida real. Se circunscriben en primera instancia al medio familiar o al medio social inmediato del niño o la niña (aquí nos topamos actividades como jugar a la casita(ser papá o mamá), jugar a la escuela, a la pulpería o almacén, al doctor, al chofer, al policía, etc), representan acá los roles y las situaciones del medio que los rodea y se comienzan a manifestar los primeros intereses en cuanto a ocupaciones específicas relacionadas al mundo del trabajo que comienzan a conocer.  Por otra parte, están los “juegos de construcción”. Estos son juegos, como por ejemplo utilización de cubos u objetos, que ya no se hacen para ordenarlos o apilarlos  sino que implican los primeros acercamientos a actividades de razonamiento abstracto y espacial (apilar y alinear objetos para formar caminos, torres o puentes, armar rompecabezas o crear una casita con sábanas y sillas). Este tipo de juegos promueve la creatividad, el desarrollo de la motora fina y la solución de problemas.

Los siguientes en la lista son los denominados “juegos de regla arbitraria”. Este grupo mantiene algunas de las reglas propias de los de los grupos de construcción e imitación que poseen algunas normas necesarias para lograr los objetivos que en ellos se persigue. En este nuevo grupo, el niño o la niña pueden crear las reglas dependiendo del juego en sí y tomando en cuenta que a partir de estos juegos se empieza a incorporar el componente social debido a que los mismos trascienden hacia el contacto en grupo, o sea, un juego con “los otros”(acá pueden aparecer el subir escaleras, saltar muros, hacer una casita en un árbol o en el patio, cruzar un riachuelo siguiendo en orden un camino entre las piedras o bien algún juego que surja de la imaginación en un momento determinado de contacto entre sí). Las posibilidades que surgen en este grupo determinan en mucho la adquisición de habilidades sociales tanto para interactuar, proponer, discutir y aceptar las normas que el grupo defina de cumplimiento para todos los miembros que participen del juego. Representa la posibilidad de comenzar un proceso de maduración muy importante que, viéndolo en una perspectiva vocacional, puede marcar la habilidad del trabajo en equipo.

Estos últimos juegos, también llamados “sociales”, preparan el terreno para el advenimiento del siguiente grupo: “juegos de proeza”. En estos lo que se llega a plasmar es una tendencia a mostrar el valor propio, individual (aquí comienzan a aparecer los juegos tradicionales). Cuando este tipo de juegos adquieren una organización al menos rudimentaria se convierten en los del siguiente grupo: “juegos de competencia” que, a su vez, abren paso al desarrollo de deportes individuales o a mostrar la valía individual en deportes colectivos. En estos dos grupos anteriores, podemos citar juegos que van desde saltar las cuerdas, “quedó congelado”, bolinchas (canicas), rayuela, “escondido”, policías y ladrones, por solo citar algunos. En el caso de los competitivos, pueden aparecer dentro de esos primeros juegos las carreras, juegos de puntería, pasar obstáculos, hasta llegar, como ya se dijo, a la práctica de los primeros deportes individuales y hasta colectivos.

Para comprender mejor la relación de estos grupos de juegos y las edades en que los podemos observar (y promover por supuesto), Chateau planteó un esquema que he intentado reelaborar de la siguiente forma:

Para este autor, el juego debe verse como una expresión, un sustituto o una preparación del trabajo futuro. Particularmente, yo diría acá que en la experiencia del juego se muestran algunas conductas que expresan intereses marcados hacia ciertas áreas particulares que se relacionan con ocupaciones y algunas habilidades que en el futuro podrían ser parte de la personalidad adulta necesaria en el mundo del trabajo. Por esta razón, me resulta muy interesante cuando señala que:

“Se afirma a veces que al niño no le gusta trabajar;
es una afirmación tan peligrosa como errónea.
Lo que al niño no le gusta es el trabajo forzado y sin fin visible…”

Esto resume de forma brillante la importancia que le debemos de dar al juego en la etapa escolar, tanto en la familia como en el nivel de los sistemas educativos. En nivel familiar, para darnos cuenta que el juego es fundamental para el desarrollo pleno de los niños y niñas y que las personas adultas tienen un papel muy importante que jugar (valga la redundancia) tanto en el sentido de que es un derecho propio de la niñez, el cual hay que respetar en todos sus extremos, como también un espacio en donde padres y madres deben de participar. En el nivel de los sistemas educativos, esto lo relaciono con la necesidad imperiosa de hacer de la experiencia educativa una suerte de “juego lúdico constante”. El gozo de aprender va de la mano con la sensación de emoción que llegue a despertar en las personas. Si esto no llega a pasar, la experiencia de aprendizaje no se completa, de ahí que un aprendizaje lúdico, mucho más efectivo para alcanzar los objetivos de una buena educación, necesita acompañarse del juego.

Así que, pareciera, que cuando vemos a los niños y niñas totalmente desmotivados para con sus estudios eso podría ser el reflejo de una educación con falta de lúdica y de un propósito casi inexistente para ellos y ellas, una actividad de obligación y responsabilidad que no despierta emoción ni sentido. Parece que ese es el “enganche” que se nos sigue resistiendo en la educación formal. Si no se logra el disfrute hacia lo que se está haciendo (lo cual si experimentamos cuando jugamos) ello podría llevarnos a arrastrar, incluso, una idea del trabajo como una actividad aburrida y de mera subsistencia y no aquella expresión de la personalidad en donde los intereses y habilidades se conjugan para desarrollar todo el potencial personal. 

Se han hecho estudios que señalan que una persona durante su vida llega a trabajar por completo más de 10 años de su vida con todos sus minutos y segundos. La pregunta que surge aquí es: ¿Cómo queremos pasar toda esa década de trabajo: disfrutando o padeciendo?

Las personas adultas significativas, conscientes o no, transmiten valores del mundo del trabajo que formarán parte de su desarrollo vocacional. Esos valores serán aquellos que observen y también los que lleguen a vivenciar en las interrelaciones que lleven a cabo mutuamente. En la infancia esto se puede desarrollar de la forma más adecuada mediante el juego. 

Esa relación de los distintos tipos de juego y las diferentes edades en la infancia son vinculantes con las distintas tareas de desarrollo vocacional en esa etapa del desarrollo.

Como ya lo he señalado en artículos anteriores, durante los años en que los niños y las niñas evolucionan en el contexto de este proceso vital es preciso que cumplan 13 diferentes tareas de desarrollo de carrera que van desde “Tener inclinación hacia objetos o actividades específicas de su gusto”, pasando por “Adjudicar valores al mundo del trabajo mediante el conocimiento de diferentes ocupaciones” y llegando a tareas más complejas como “Tener conciencia de la relación entre presente y futuro”. Dentro de estas y las restantes 10 tareas es preciso que los chicos y chicas, al llegar al fin de la última subetapa, hayan logrado desarrollar 45 conductas vocacionales que son básicamente el parámetro que ayuda a establecer si las tareas de desarrollo han sido cumplidas y, de esta manera, poder determinar la madurez vocacional que han logrado. De esta forma, por ejemplo, en la etapa del desarrollo llamada de “Fantasía”, los niños y las niñas entre los 4 y los 10 años deben fantasear e imaginarse realizando roles en ocupaciones que les llamen poderosamente la atención. Es aquí en donde el juego se constituye en una actividad imprescindible que se debe de estimular. Por esta razón, es común observar en niños de esta edad jugar al bombero, al policía, a la maestra, al futbolista, etc; juegos e inclinaciones que, además de acercarlos en una visión lúdica de las ocupaciones, los ayudan a construir intereses, a practicar habilidades y “darse cuenta” de los valores del trabajo.

Todos los procesos de orientación en la escuela primaria deberían estar enmarcados dentro del enfoque del desarrollo de la madurez vocacional porque esta característica es la que va a permitir que las elecciones vocacionales futuras estén basadas en las conductas logradas y las tareas de desarrollo previas a la etapa o período de “Exploración”. 

El juego es el principal aliado para ayudar a nuestros chicos y chicas a alcanzar un desarrollo vocacional basado en procesos sistemáticos que lo conviertan en una herramienta transversal en la educación formal y familiar.

 

 

 

 

 

 

 

 


Construir nuestra propia felicidad

  Una noche reciente de sábado me encontré leyendo un interesante ensayo desarrollado por la autora argentina Ana María Llamazares, quien ha...