jueves, 29 de julio de 2021

El juego, el neurodesarrollo y la vocación en la infancia

                                                                                   Fuente: www.hogarmania.com

    MSc. Manuel Chaves Quirós
     Especialista en desarrollo personal y profesional-Orientador vocacional

Según establecen diversos estudios, cuando los niños y niñas juegan con sus referentes adultos más significativos, en especial sus padres y madres, esto les genera una serie de beneficios relacionados con su neurodesarrollo. Precisamente, el neuro pediatra español Manuel Antonio Fernández señala que, de los recuerdos que guardamos con mayor consciencia de la etapa de nuestra infancia, los juegos con nuestros progenitores son los que mantenemos casi imborrables en nuestra memoria, incluso, actividades que sin ser un juego en sí mismas y que nos generaron algún aprendizaje hasta hoy en día como, por ejemplo, aquella receta que nos enseñaron, el aparato electrónico que ayudamos a reparar (aunque solo entregáramos la herramienta que nos pedían) o bien aquella planta que nos enseñaron a sembrar. Bien lo escribió y cantó Alberto Cortés:

“Mi madre y yo lo plantamos
En el límite del patio
Donde termina la casa.
Fue mi padre quien lo trajo
Yo tenía cinco años
Y el apenas una rama 
………. 
Aquel que brotó y el tiempo pasó
Mitad de mi vida con él se quedó
Hoy bajo su sombra que tanto creció
Tenemos recuerdos, mi árbol y yo…”

Y que lo diga este extraordinario cantautor argentino cuya experiencia en ese juego de sembrar un árbol, muy probablemente con algunas experiencias más a lo largo de su vida, le terminó marcando un camino hacia su faceta más conocida de cantante y poeta con una gran sensibilidad hacia las cosas más simples de la vida.

Cuanto más juegue un niño o niña con sus principales referentes esto provocará una mayor estimulación de sus sentidos y, por ende, una madurez cerebral óptima.

Es preciso señalar, eso sí, que no todos los juegos estimulan de la misma forma el cerebro, por lo que hay que hacer una diferenciación. El neuro pediatra Fernández nos plantea la diferencia entre aquellos que realmente estimulan y aquellos que provocan sensación de estímulo. Estos últimos son los que comúnmente relacionamos a la virtualidad, los video juegos y demás dispositivos electrónicos. Si bien es cierto estimulan de alguna manera nuestros cerebros, no son necesariamente los mejores para ayudar a este importante órgano a madurar y crear las mejores conexiones neuronales para su adecuando crecimiento, con sus consecuentes aportes al desarrollo de habilidades psicomotoras, de pensamiento, capacidad de aprendizaje, entre otras.

Los juegos que mejoran la estimulación cerebral son aquellos que combinan actividades lúdicas con actividad física y de pensamiento (desarrollo de la curiosidad, exploración, relación entre diferentes cosas, etc). Algunos beneficios de este tipo de juegos se resumen así:

·       Desarrollan la imaginación y la creatividad

·       Facilita la liberación de estrés

·       Diversifican la rutina diaria

·       Desarrollan habilidades motoras, cognitivas, sociales y emocionales

·      Favorecen la estructura, el cumplimiento de normas y las reglas de funcionamiento que son necesarias tanto para el aprendizaje académico como el desarrollo de habilidades sociales, esto especialmente en la primera infancia.

·   Al producirse las sustancias que hacen de neurotransmisores entre las células se ayuda a regular los estados de ánimo

Por otra parte, también se recomiendan aquellos juegos que estimulan el pensamiento como los juegos de mesa (Gran Banco, naipe, ajedrez, tablero, entre otros) o todos aquellos que tienen que ver con razonamiento abstracto, mecánico o de memoria. Las manualidades también están dentro de este grupo (como aprender a cocer, hacer figuras con barro, jugar con arena) las cuales mejoran la motricidad y estimulan la imaginación.

Las interacciones de calidad entre los niños, las niñas y sus personas adultas significativas resultan fundamentales para alcanzar un desarrollo óptimo, señala María Caridad Araujo de la División de Protección Social y Salud del BID. Sin interacciones de calidad, de estímulo, de juego y de respeto no es posible que el cerebro en crecimiento pueda aprovechar todo su potencial en las etapas de la niñez en donde se puede lograr un mayor crecimiento.

En la medida en que nuestro cerebro crece mediante la sinapsis neuronal, provocada por la producción de sustancias como las endorfinas y la serotonina que sirven de neurotransmisores entre las células, así vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida habilidades e intereses gracias a ese  contacto con nuestro entorno que permite la mejor asimilación de las experiencias, el cumplimiento de tareas de desarrollo y la generación de una mayor autonomía que se verá expresada en la toma de decisiones vitales. Esto que se llama “arquitectura cerebral” marca el desarrollo integral a lo largo de nuestra vida y, por supuesto, nos ayuda a ir construyendo un aspecto fundamental de la personalidad: nuestra vocación. Y aquí el juego también cumple un papel fundamental en nuestra infancia.

Para el psicólogo Jean Chateau, quién escribió sobre el juego infantil desde la década de 1950 , “la persona no está completa sino cuando juega”. Esto es particularmente interesante ya que su teoría, que a día de hoy sigue siendo referencia para el desarrollo infantil, se basa en la afirmación de que cuando un niño o niña juega lo hace para acercarse poco a poco a un mundo adulto al que aspira alcanzar en algún momento. De ahí que muchos de los juegos que practicamos en nuestra infancia y que observamos en los niños y niñas que tenemos a nuestro alrededor son representaciones de aquellas actividades adultas con las que se sienten, o nos hemos sentido, más identificados con respecto a nuestras personas adultas más significativas.

Sin el juego no se puede hablar de desarrollo infantil. Esta es una condición “sine qua non” de esa etapa del desarrollo que debe transversalizar todas las actividades en que participan en su proceso de socialización que, por supuesto, incluye a la familia y la escuela. 

La actividad de jugar inicia desde el mismo momento en que nacemos. Según reseña Chanteu(1958), el investigador Ch. Bühler descubrió que las llamadas “actividades espontáneas del juego”  llegan a ocupar, hacia el primer año de vida, las dos terceras partes del tiempo en que los bebés permanecen despiertos. Según sus mediciones, mientras que durante el primer mes de vida esos primeros juegos llegan a tener solo una duración de 24 minutos al llegar a los doce meses esa cantidad sube hasta los 460. Es decir, conforme el niño o la niña va creciendo y su tiempo de actividad es mayor, así va aumentando también el tiempo que le dedica al juego.

Una vez en la etapa escolar, a partir de los 4 o 5 años y en las edades subsiguientes, el juego lúdico representa el medio fundamental para la autoafirmación, el desarrollo de una serie de habilidades físicas, sociales y emocionales y, por supuesto, de la autoestima.

Los primeros juegos que se experimentan iniciando la infancia temprana se conocen como “juegos funcionales” los cuales se centran, principalmente, en el movimiento de manos, antebrazo y luego de los tres meses y medio de vida, el brazo completo. Le siguen los juegos “hedonistas”, donde el niño o la niña buscar procurarse placer haciendo ruidos o tocando texturas que le provocan una sensación táctil (de ahí que comúnmente se les coloca en sus camas objetos que al tocarlos suenan o encienden alguna luz, peluches o similares con diferentes texturas o bien los muy conocidos “móviles de cuna”). Posteriormente, aparecen los juegos de “exploración” (que incluyen juegos con su propio cuerpo, con el de los otros, juegos de arena, juegos con los animales, etc). Seguido, aparecen los juegos de “destrucción”, “desorden y arrebato” que tienen que ver con una forma diferente de explorar el entorno y desarrollar habilidades físicas desde la inclinación a destruir algo (acá podemos citar el juego con un bastón o una rama para golpear la hierva que está alta, romper objetos como botellas o panales de avispas con una piedra-como lo hacía yo -romper ventanales viejos, tirar piedras en un río o lago, etc). En los de “desorden o arrebato” podemos encontrar circunstancias asociadas a la expresión de alguna incomodidad o enojo por lo que se podría citar aquí momentos en donde un niño le pasa por encima al castillo de arena que otro construyó, o aquella niña que en un circulo jala fuerte la mano de sus compañeros para que se suelten o cuando algún chico rompe intempestivamente una fila, y juegos en solitario como bajar una pendiente a todo pulmón o girar hasta caer, etc. 

Los juegos “figurativos” (también llamados “simbólicos” o “de imitación”) son los siguientes en la lista de tipos de juegos que se desarrollan durante la infancia. Estos se refieren al desarrollo de la capacidad para imitar situaciones de la vida real. Se circunscriben en primera instancia al medio familiar o al medio social inmediato del niño o la niña (aquí nos topamos actividades como jugar a la casita(ser papá o mamá), jugar a la escuela, a la pulpería o almacén, al doctor, al chofer, al policía, etc), representan acá los roles y las situaciones del medio que los rodea y se comienzan a manifestar los primeros intereses en cuanto a ocupaciones específicas relacionadas al mundo del trabajo que comienzan a conocer.  Por otra parte, están los “juegos de construcción”. Estos son juegos, como por ejemplo utilización de cubos u objetos, que ya no se hacen para ordenarlos o apilarlos  sino que implican los primeros acercamientos a actividades de razonamiento abstracto y espacial (apilar y alinear objetos para formar caminos, torres o puentes, armar rompecabezas o crear una casita con sábanas y sillas). Este tipo de juegos promueve la creatividad, el desarrollo de la motora fina y la solución de problemas.

Los siguientes en la lista son los denominados “juegos de regla arbitraria”. Este grupo mantiene algunas de las reglas propias de los de los grupos de construcción e imitación que poseen algunas normas necesarias para lograr los objetivos que en ellos se persigue. En este nuevo grupo, el niño o la niña pueden crear las reglas dependiendo del juego en sí y tomando en cuenta que a partir de estos juegos se empieza a incorporar el componente social debido a que los mismos trascienden hacia el contacto en grupo, o sea, un juego con “los otros”(acá pueden aparecer el subir escaleras, saltar muros, hacer una casita en un árbol o en el patio, cruzar un riachuelo siguiendo en orden un camino entre las piedras o bien algún juego que surja de la imaginación en un momento determinado de contacto entre sí). Las posibilidades que surgen en este grupo determinan en mucho la adquisición de habilidades sociales tanto para interactuar, proponer, discutir y aceptar las normas que el grupo defina de cumplimiento para todos los miembros que participen del juego. Representa la posibilidad de comenzar un proceso de maduración muy importante que, viéndolo en una perspectiva vocacional, puede marcar la habilidad del trabajo en equipo.

Estos últimos juegos, también llamados “sociales”, preparan el terreno para el advenimiento del siguiente grupo: “juegos de proeza”. En estos lo que se llega a plasmar es una tendencia a mostrar el valor propio, individual (aquí comienzan a aparecer los juegos tradicionales). Cuando este tipo de juegos adquieren una organización al menos rudimentaria se convierten en los del siguiente grupo: “juegos de competencia” que, a su vez, abren paso al desarrollo de deportes individuales o a mostrar la valía individual en deportes colectivos. En estos dos grupos anteriores, podemos citar juegos que van desde saltar las cuerdas, “quedó congelado”, bolinchas (canicas), rayuela, “escondido”, policías y ladrones, por solo citar algunos. En el caso de los competitivos, pueden aparecer dentro de esos primeros juegos las carreras, juegos de puntería, pasar obstáculos, hasta llegar, como ya se dijo, a la práctica de los primeros deportes individuales y hasta colectivos.

Para comprender mejor la relación de estos grupos de juegos y las edades en que los podemos observar (y promover por supuesto), Chateau planteó un esquema que he intentado reelaborar de la siguiente forma:

Para este autor, el juego debe verse como una expresión, un sustituto o una preparación del trabajo futuro. Particularmente, yo diría acá que en la experiencia del juego se muestran algunas conductas que expresan intereses marcados hacia ciertas áreas particulares que se relacionan con ocupaciones y algunas habilidades que en el futuro podrían ser parte de la personalidad adulta necesaria en el mundo del trabajo. Por esta razón, me resulta muy interesante cuando señala que:

“Se afirma a veces que al niño no le gusta trabajar;
es una afirmación tan peligrosa como errónea.
Lo que al niño no le gusta es el trabajo forzado y sin fin visible…”

Esto resume de forma brillante la importancia que le debemos de dar al juego en la etapa escolar, tanto en la familia como en el nivel de los sistemas educativos. En nivel familiar, para darnos cuenta que el juego es fundamental para el desarrollo pleno de los niños y niñas y que las personas adultas tienen un papel muy importante que jugar (valga la redundancia) tanto en el sentido de que es un derecho propio de la niñez, el cual hay que respetar en todos sus extremos, como también un espacio en donde padres y madres deben de participar. En el nivel de los sistemas educativos, esto lo relaciono con la necesidad imperiosa de hacer de la experiencia educativa una suerte de “juego lúdico constante”. El gozo de aprender va de la mano con la sensación de emoción que llegue a despertar en las personas. Si esto no llega a pasar, la experiencia de aprendizaje no se completa, de ahí que un aprendizaje lúdico, mucho más efectivo para alcanzar los objetivos de una buena educación, necesita acompañarse del juego.

Así que, pareciera, que cuando vemos a los niños y niñas totalmente desmotivados para con sus estudios eso podría ser el reflejo de una educación con falta de lúdica y de un propósito casi inexistente para ellos y ellas, una actividad de obligación y responsabilidad que no despierta emoción ni sentido. Parece que ese es el “enganche” que se nos sigue resistiendo en la educación formal. Si no se logra el disfrute hacia lo que se está haciendo (lo cual si experimentamos cuando jugamos) ello podría llevarnos a arrastrar, incluso, una idea del trabajo como una actividad aburrida y de mera subsistencia y no aquella expresión de la personalidad en donde los intereses y habilidades se conjugan para desarrollar todo el potencial personal. 

Se han hecho estudios que señalan que una persona durante su vida llega a trabajar por completo más de 10 años de su vida con todos sus minutos y segundos. La pregunta que surge aquí es: ¿Cómo queremos pasar toda esa década de trabajo: disfrutando o padeciendo?

Las personas adultas significativas, conscientes o no, transmiten valores del mundo del trabajo que formarán parte de su desarrollo vocacional. Esos valores serán aquellos que observen y también los que lleguen a vivenciar en las interrelaciones que lleven a cabo mutuamente. En la infancia esto se puede desarrollar de la forma más adecuada mediante el juego. 

Esa relación de los distintos tipos de juego y las diferentes edades en la infancia son vinculantes con las distintas tareas de desarrollo vocacional en esa etapa del desarrollo.

Como ya lo he señalado en artículos anteriores, durante los años en que los niños y las niñas evolucionan en el contexto de este proceso vital es preciso que cumplan 13 diferentes tareas de desarrollo de carrera que van desde “Tener inclinación hacia objetos o actividades específicas de su gusto”, pasando por “Adjudicar valores al mundo del trabajo mediante el conocimiento de diferentes ocupaciones” y llegando a tareas más complejas como “Tener conciencia de la relación entre presente y futuro”. Dentro de estas y las restantes 10 tareas es preciso que los chicos y chicas, al llegar al fin de la última subetapa, hayan logrado desarrollar 45 conductas vocacionales que son básicamente el parámetro que ayuda a establecer si las tareas de desarrollo han sido cumplidas y, de esta manera, poder determinar la madurez vocacional que han logrado. De esta forma, por ejemplo, en la etapa del desarrollo llamada de “Fantasía”, los niños y las niñas entre los 4 y los 10 años deben fantasear e imaginarse realizando roles en ocupaciones que les llamen poderosamente la atención. Es aquí en donde el juego se constituye en una actividad imprescindible que se debe de estimular. Por esta razón, es común observar en niños de esta edad jugar al bombero, al policía, a la maestra, al futbolista, etc; juegos e inclinaciones que, además de acercarlos en una visión lúdica de las ocupaciones, los ayudan a construir intereses, a practicar habilidades y “darse cuenta” de los valores del trabajo.

Todos los procesos de orientación en la escuela primaria deberían estar enmarcados dentro del enfoque del desarrollo de la madurez vocacional porque esta característica es la que va a permitir que las elecciones vocacionales futuras estén basadas en las conductas logradas y las tareas de desarrollo previas a la etapa o período de “Exploración”. 

El juego es el principal aliado para ayudar a nuestros chicos y chicas a alcanzar un desarrollo vocacional basado en procesos sistemáticos que lo conviertan en una herramienta transversal en la educación formal y familiar.

 

 

 

 

 

 

 

 


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