Hace unas semanas estando de paseo, a la orilla de un majestuoso y cristalino río de montaña, me di a la tarea de tomar algunas de las miles de piedras que había por allí y comencé a apilarlas una sobre otra.
En algún momento me dije “la
verdad está quedando muy bonita pero por cualquier leve movimiento se cae. Qué
bueno sería pegarlas con silicona para que mantengan la forma…”. Esa idea me
quedó dando vueltas por un rato. Sin embargo, luego me puse a pensar que cada
una de esas piedras eran realmente un regalo del universo tal y como son, que
se habían formado miles de millones de años antes a partir de los cataclismos
que formaron el mundo que hoy conocemos y que la naturaleza, a través del agua
y las condiciones del tiempo, se encargó de darles la forma que hoy tienen. Lo
mejor de todo es que esta aparente “actividad artística” fue un poco más allá y
me puse a meditar en lo que podríamos aprender de nosotros mismos al relacionar
la construcción de “rocas en equilibrio” (la estabilidad que pretendemos darle
y cómo acomodamos cada una de sus partes) con la forma en que podemos dar
sentido a las experiencias personales para construir (o reconstruir) nuestro
sentido de vida y nuestra autoestima.
Como si se tratara de una especie de “iluminación” espiritual, inmediatamente me invadió una sensación de introspección realmente curiosa. Mientras apilaba piedra sobre piedra, fui pensando como sus formas, tamaños, superficies y pesos se pueden relacionar con nuestra propia existencia. Y de esto tuve una certeza mayor cuando hace pocos días leía que en Asia, tanto la culturas budistas como taoístas suelen apilar rocas como una forma de representación del equilibrio interno y que también las culturas andinas de América del Norte y del Sur solían montar túmulos similares en sitios sagrados, observar Machu Pichu en Perú o los Moáis de la Isla de Pascua o en Irlanda y Escocia donde los elaborados “Cairns” provienen de las tradiciones celtas y cuya elaboración las convierte en verdaderas obras de ingeniería hasta llegar a su forma cónica o, bien, los mismos conjuntos de piedras erguidas o monolíticas de Stonehenge que, aunque servían principalmente como un complejo observatorio astronómico, también lo eran como un centro de ceremonias religiosas marcadas por puntos energéticos para albergar espíritus elementales para aquellos habitantes. Incluso, las mismas esferas de piedra del delta del Diquís de la zona sur de Costa Rica(únicas en el mundo) esculpidas a la perfección por los indígenas Boruca entre el 400 y 500 d.C, (patrimonio de la humanidad desde 2014) que denotaban un grado importante de conocimiento astronómico y una visión integrada e interconectada entre el ser humano, su entorno natural y su psiquis que el gran escultor de nuestros tiempos, Jorge Jiménez Deredia, ha sabido interpretar muy bien en su vasta obra. Para muchas de aquellas ancestrales culturas la piedra siempre fue símbolo de lo eterno y algo consustancial de sí mismas…
Esferas de piedra del Díquis (Costa Rica)
De una u otra forma, esa
sensación de introspección que me provocaron aquellas esculpidas piedras de río
fue una especie de conexión con esa herencia de todos esos antepasados la cual
nos acompaña y llevamos marcada en nuestro ADN desde que hemos sido concebidos…
Cuánto podríamos aprender y
proyectar de nuestra vida a través de este ejercicio y cuánto, algo tan
aparentemente simple, puede ayudarnos en nuestro crecimiento personal: aceptarnos
a sí mismos, así mismas y reconocer nuestra vida con todos sus altos y sus bajos.
A través de estas formas cónicas
podemos ayudarnos a interpretar muchas cosas que se relacionan con nuestro “bienestar
subjetivo” porque en su construcción usamos piedras de diferente tamaño,
textura, grosor y forma. Las habrá lisas y muy pulidas (como aquellos
acontecimientos gratos de nuestra vida) o toscas y quebradizas (como los malos
momentos o aquellas transiciones que nunca quisiéramos haber experimentado pero
que suceden…). Nos pueden ayudar a proyectar aspectos a los cuales necesitamos
darles sentido. Quizás de esta forma nuestra visión del presente y futuro podría
ser aún más significativa. Cada piedra al amoldarse a la forma de la otra nos
ayuda a comprender que todo tiene un equilibrio y que es posible dar sentido a
cada momento de nuestra existencia de forma más consciente para, en lugar de
paralizarnos, podamos hacer las cosas que necesitamos realizar para alcanzar
nuestra felicidad en el aquí y el ahora, darnos la oportunidad de pensarnos en
un futuro prometedor.
Quise ponerme manos a la obra y
entonces decidí que quería hacer una formación que pudiese representar la
visión que tengo de mi propia familia:
En la base, la piedra más grande
representa todos los valores que hemos abrazado a lo largo de nuestra vida y
que son el cimiento de cada una de nuestras conductas. Allí también están las
vivencias de nuestras propias vidas, las experiencias que de una u otra forma
han moldeado lo que somos como personas y aquellas creencias que hemos abrazado
a lo largo del camino de la vida. Esa es la base y el significado que tiene
para mí esta primera roca…
En el segundo nivel, están
representadas cada una de nuestras familias extendidas. De ellas llevamos
impresas todo lo que se nos hereda en la sangre, además de cada una de las
vivencias, el amor y la educación que nos han hecho ser gran parte de lo que
somos aquí y ahora. No tenemos familias perfectas de la misma forma que nunca
encontraremos una piedra perfecta. Ellas son lo que son, ni perfectas ni
imperfectas, pero siempre nos van a sostener porque son y serán para siempre
nuestra referencia. ¿Cuán diferentes podrían ser las familias si antes de
decidir conformarse como tales sus miembros fueran conscientes de esto
verdad?...
En el tercer nivel, nos
encontramos mi esposa y yo al lado, pero separados lo suficiente como para
contener a las demás rocas. Esto resulta muy importante ya que la vida en
pareja representa la decisión autónoma de querer compartir con la otra persona,
lo cual implica que cada una tiene su propio espacio. Bien lo decía Khalil
Gibran en “El profeta”: “Mas dejad que en vuestra unión crezcan los espacios. Y
dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros…”. Si esas piedras
estuvieran totalmente pegadas una a la otra no sostendrían el resto de la
pirámide, así una vida de pareja en donde no se respete el espacio del otro y
su individualidad acabará con desestabilizar las demás partes…”Cantad y bailad
juntos, alegraos, pero que cada uno de vosotros conserve la soledad para
retirarse a ella a veces/Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque
vibren con la misma música/Ofreced vuestro corazón, pero no para que se adueñen
de él…” nos termina recordando el afamado escritor libanés.
El cuarto nivel, si ustedes se
fijan bien, está conformado por una roca que se partió a la mitad y quise
ponerla allí porque la misma representa un momento de ruptura y de desencuentro
que marcó un punto de inflexión necesario en nuestras vidas. Sin este momento,
al igual que ha pasado a muchas personas en algún momento de sus vidas, no
hubiésemos podido crecer de forma individual ni familiar. Hoy por hoy, sin esa
experiencia y el crecimiento que provocó en cada uno de nosotros, nuestra familia
no sería lo que es, de ahí que esas piedras partidas representan en cada una de
sus partes un sostén en nuestro devenir, una fortaleza en lugar de una
debilidad…
El quinto y sexto niveles de mi
pirámide está representada por cada uno de nuestros dos hijos: únicos,
desiguales, independientes en sus formas y carácter, tal cual cada una de las
piedras que los representan, están sobre nosotros y el uno sobre el otro por su
orden cronológico y, además, porque su vida es de ellos y les tocará tomar sus
propios caminos, pero nunca dejarán de ser parte de esta familia que les tocó
tener aunque posean esa esencia de autonomía personal, de ahí que como padres y
madres nos corresponderá establecer cuán firme será esa parte de la base en
donde estarán asentadas sus propias vidas, especialmente cuando decidan ser
totalmente independientes.
En el último de nuestros niveles
se encuentra la roca que representa nuestra espiritualidad, todo aquello que
forma y alimenta día a día nuestro espíritu y que nos hace mejores personas. Si
bien es cierto está sobre todas las personas que allí estamos representadas
también lo es el hecho de que cada cual posee y abraza su propia espiritualidad
y que esta no puede ser impuesta. Esto ha sido particularmente importante para
con nuestros hijos quienes poseen sus propias ideas en cuanto a su
espiritualidad aunque su padre y su madre claramente manifiestan las suyas
propias. Todas las personas experimentamos crisis espirituales en algún momento
de nuestras vidas, pero esto es algo normal y hasta necesario. En el devenir de
nuestra vida poco a poco vamos abrazando ideas y creencias que nos empujan a
tener una noción de nuestro propio ser, lo cual no se construye de la noche a
la mañana y, mucho menos, es algo que se deba imponer. En el caso particular de
nuestros hijos, eso sí, tienen una sola imposición: ser buenas personas…
De la misma forma que la pirámide
está expuesta a los efectos de la gravedad y la física también las personas lo
estamos a lo largo de nuestro camino y eso nos recuerda que también somos
vulnerables, que no estamos “vacunados” contra las vicisitudes de la vida. Sin
embargo, el rehacer una pirámide me hace pensar que también aprendemos a
levantarnos y que podemos reconstruirnos a partir de lo que hemos hecho con
nuestras experiencias pasadas y al sentido que hayamos dado a las mismas. Una
resiliencia constante y necesaria para seguir. Si la base de nuestra vida es el
equivalente a una roca grande y firme (póngale ahí sus valores, sus esfuerzos,
sus derroteros, su amor propio…) en cualquier momento se podrá reponer de
cualquier dificultad, o sea, tenemos siempre la oportunidad de reconstruir nuestra
propia “pirámide de vida”…
Pegar artificialmente las piedras
para darles una forma “perfecta” me hizo pensar en lo que hacen muchas personas: tener un
sentido “artificial” y “cosmético” de su vida, llenando espacios para hacerlos ver
“perfectos”, acomodándolos a conveniencia para brindar una cierta imagen que,
en realidad, implica la no aceptación de lo que realmente son y, peor aún, una
constante huida para no enfrentarse a su propias transiciones lo cual nunca nos
dejará crecer y nos mantendrá siempre huyendo de nosotros mismos…
El ejercicio de las “rocas en
equilibrio” nos puede ayudar a entender que sean cuales sean los
acontecimientos que hayamos vivido es preciso aceptarlos como parte intrínseca
de nuestras vidas para, posteriormente, enfrentarlos tal cual en el aquí y el
ahora y darles el peso y la dimensión que realmente tienen. Si no llegamos a confrontarnos
a ello no vamos a crecer y vamos a sufrir, probablemente, un estancamiento
vital.
Como las piedras que apilamos una
sobre otra, debemos buscar que cada una de nuestras experiencias de vida se
“ajusten” para que, ayudadas unas por otras, permitan alcanzar la forma y la
altura que queramos darle a nuestras vidas…Usar silicona para unir las
diferentes rocas, en este caso, ejemplifica perfectamente cómo intentamos
maquillar muchas veces nuestra vida con cosas que al final no terminan de
darnos sentido ni nos ayudan a cimentar esa fortaleza que nos puede permitir
seguir en pie…
Si la base de nuestra “pirámide vital”
es fuerte y firme, aunque se lleguen a caer algunas de las piedras, podemos
volver a colocarlas y reconstruirnos sobre ella…Si nuestra existencia, si
nuestra vida, está basada en los mejores valores, principios y actitudes
podremos caer, sin duda, pero de la misma forma levantarnos con mayor fortaleza
y experiencia…
¿Cómo percibe usted su vida? ¿Qué
es lo más y lo menos importante en su existencia? ¿Qué personas son
significativas para usted? ¿Cuáles son sus valores? ¿Qué transiciones vitales
ha vivido hasta ahora? ¿Aún tiene aspectos de su vida que debe resolver? ¿Cómo
anda su fortaleza interna?…
Quizás si se pusiese a armar su
propia pirámide de piedra pueda encontrar en su interior la respuesta a estas
preguntas (y quizás a algunas más)…Vale la pena intentarlo!
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